En las fiestas de Chinchilla se ha convertido en costumbre que los
forofos de la música disco hagan chorrear decibelios en la plaza hasta bien
entrado el amanecer. Encima, algún energúmeno, el pinchadiscos, alecciona a los
cuatro supervivientes con una voz que competiría con la de Dark Vader, el de La Guerra de las galaxias. Así que,
zombi de no poder dormir, me asomo a la Librería Popular y me topo con este
libro: La voz a las tres de la madrugada.
Mira por dónde. Encima es de Charles Simic, un poeta estadounidense del que hace
tiempo que me hablan buenos amigos. Por si fuera poco, está editado en DVD, la
editorial barcelonesa de Sergio Gaspar y Eduardo Moga, que tantas cosas buenas
nos han regalado y que ahora parece que ha sucumbido, o que está en trance de
sucumbir, a la crisis.
Demasiados homenajes para resistirse. Pillo el libro y empiezo a
devorarlo. Se trata de una antología de la obra de Simic, preparada por el
propio autor, y en la que recopila poemas publicados entre 1986 y 2003. Martín
López-Vega, explica que para traducirlo ha utilizado versiones anteriores,
cuando ha creído que daban en el clavo. Cita los nombres de sus colegas sin explicitar
qué versos son de ellos. Luego empiezo a perderme, a sentir perplejidad más que
otra cosa al acabar cada pieza. Será porque sigo un poco zombi. Acude a mi
cabeza la anécdota que le escuché a Sarrión, de cuando fueron a un pueblo a leer
poemas, algunos bastante crípticos, y uno de los lugareños, después del
silencio sepulcral que coronaba una de las lecturas, se alzó con el dedo índice
en alto en señal de triunfo para exclamar: “¡la gallina!”, creyendo que resolvía algún enigma propuesto por el autor.
Poco a poco voy captando las claves. Simic, nacido en Belgrado en
1938 y recriado en Estados Unidos desde 1954, utiliza una técnica que me
recuerda la teoría del montaje cinematográfico de Eisenstein. El cineasta ruso
descubrió que sentimos emociones distintas al ver un mismo plano, según cuáles
sean los planos que lo han precedido. En poesía, el creacionismo de Huidobro y
sobre todo de Juan Larrea hizo algo parecido, pero trabajaba más con imágenes
yuxtapuestas. Lo que hace Simic es crear escenas o pequeños momentos
narrativos, que coinciden casi siempre con estrofas. Y las combina con otras
estrofas que no tienen nada que ver, o muy poco, con la anterior. El mismo
autor, ayudado del prologuista, lo explica así: dos imágenes no se unen al
azar, ya que el sentido de las imágenes depende de la compañía en la que
aparecen.
El resultado es una realidad nueva: La separación entre lo que es
real y lo que es apenas intuición queda abolida. Ni que decir tiene que el
poeta mezcla las estrofas siguiendo reglas que rompen la cronología o la lógica,
que lo hace dejándose llevar por una mezcla de instinto y de técnica, como un
pintor que lanza pinceladas sobre un cuadro abstracto. Y en ese sentido, está
reivindicando la parte incontrolable de nuestra vida, la que nos emociona y nos
forma sin que podamos explicar cómo: “todo cuando no has entendido / te ha
hecho ser como eres”. Se trata de confiar más en el azar y de guiarse menos por
la parte de la realidad que controlamos, que es más pequeña de lo que creemos: “lo
más difícil ha sido siempre desaparecer como uno mismo / para reaparecer
después como algo completamente diferente”.
Por lo que he experimentado, puedo decir que tras un extravío
desconcertante, como ese leve mareo que nos invade cuando navegamos en un mar
rizado o la extrañeza al contemplar un paisaje urbano de aquellos en los que
Chirico rompía las perspectivas, me atrapan un puñado largo de poemas. Me despiertan
emociones verdaderas, de ese tipo de emociones que es capaz de despertar la
poesía. Y cambian, se tornasolan al releerlos. A pesar de que sigo zombi. Simic
diría que “he dejado perdidos por doquier pedazos míos / como suelen hacer los
despistados”.
Charles
Simic: La voz a las tres de la madrugada. DVD Ediciones, 2009.
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