Tres rosas amarillas es uno de los relatos más conocidos de Raymond
Carver. Aborda en sus páginas los últimos días de Anton Chejov. Tres rosas amarillas es también el
nombre de una librería de Madrid especializada en el relato y consagrada al
mismo. José Luis, su dueño, dice que el relato es un género del que no se puede
vivir. Pero ahí está él, batiéndose en su establecimiento de Malasaña,
organizando tertulias, presentaciones, lecturas a ciegas de relatos que
permiten a los asistentes preguntarse quién es el autor. La librería es
amarilla, del mismo tono que la portada del libro de Carver en Anagrama. La
tarde que llegamos, José Luis prepara su desembarco en la Feria del Libro
madrileña, en la caseta 72 (en donde expone también mi libro La hora más peligrosa del día). Suena
una música suave que hace muy buenas migas con la lectura. Desde unas lejas
altísimas, asoman algunos libros emblemáticos, no solo de la narrativa, también
de otros géneros. Busco una escalera y no la encuentro. “¿Cómo haces para bajar
esos libros, si alguien quiere comprarlos, José Luis? ¿Sacudes la estantería?”.
“Esos libros son míos y no están a la venta”, responde. Enseguida, para cambiar
de tema, se autodescribe muy serio como un mal lector de relatos. “Pues viendo
lo que tienes ahí arriba, cualquiera lo diría…” “De todos modos, ya es raro que
se vendan de un libro de relatos más de cuarenta ejemplares”, calcula. Aunque
me señala una excepción: “Este, de Fernando Iwasaki, es un best seller auténtico”. Lo toma entre las manos y lo calibra como si
contuviera monedas que se deslizasen entre las páginas. Le dejo hacer. Con la
misma estudiada delicadeza, me lo pasa y leo el título: Ajuar funerario. Observo que son relatos muy cortos, de una o dos
páginas como máximo. Va por la séptima edición. La presentación es impecable. Lo
encabeza una ilustración de Fernando Vicente que representa un cadáver, muy
condecorado y con gorro de copa, un poco ladeado en su ataúd. Se diría que está
muerto pero feliz, como en una borrachera eterna. Ese es el tono de los
relatos, que giran sin excepción sobre el tema de la muerte, tomada de una
manera desenfadada a la par que un poco espeluznante. Una mezcla de humor y
terror suave. No me extraña que haya tenido el éxito que celebra José Luis. Aunque
al leerlos seguidos, uno se queda con cierta sensación de que muchos son ejercicios,
al estilo de los que propone Gianni Rodari: “dada esta situación, a ver cómo lo
acabas”. Al ser tan breves, y no poder
introducir muchos datos, me cuesta meterme en situación. Me resultan un poco
evanescentes, como chistes. O quizá será que el humor los tiñe de ironía antes
de tiempo. Es una impresión personal, claro. Desde luego están admirablemente
depurados, cada palabra en su sitio, con adjetivos vitamínicos: “un hombre alto
y borroso”, “una mujer de niebla”. Con frases vivas: “Odio escuchar su
respiración arenosa, cómo sorbe desesperada los líquidos y el roznido que hace
con las encías al masticar”. Si separamos los efectismos y lugares comunes, los
finales demasiado abiertos o demasiado fáciles, el clima acaba imponiéndose.
Hablan fantasmas que no saben que han muerto y niños caníbales. Los monstruos
cotidianos aparecen sin máscara, con toda el alma supurante a la vista. Hay
homenajes a los infiernos de Borges y a las casas encantadas de Cortázar. El
autor nostalgia el Salón de los Muertos de la casa de su abuela, donde ubica el
origen remoto de estos “supositorios de terror”. Y es probable que Cosas que se mueven solas, uno de los “supositorios”
que más me impresionan, esté directamente vinculado a aquel lugar. También destacaría, entre otros, el
del váter de gasolinera o el surrealista y bestial Dulces de convento. Cierro el libro. Suena aún la música de la
librería, en su justa medida, ni adormecedora ni enervante. Supongo que el
lugar influye. Para hacerles justicia a los cuentos de Ajuar funerario hay que probar a leerlos en otro ambiente, con voz
cavernosa, en una noche oscura, cerca de un cementerio. / Fernando Iwasaki: Ajuar funerario. Ed. Páginas de espuma,
2004. / Libreria Tres rosas amarillas, C/ San Vicente Ferrer 34; 28004 Madrid
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