Maneras de deshacerse

Si viera este título en cualquier librería, sin haber sido avisado previamente, sabría sin lugar a dudas que el libro era de Ángel Aguilar o bien de un imitador de Ángel Aguilar. Pero cuando lo veo en los estantes de Librería Popular ya sé que es suyo, por lo que no tengo que demostrar mi teoría. Constituye, además, una sorpresa venturosa. En mi fuero interno temía que Aguilar hubiese abandonado la escritura de versos normales y se hubiese especializado definitiva e irremediablemente en los haikus, con la pérdida que hubiera supuesto para los lectores de versos normales. Porque Aguilar es un poeta singular del mismo modo que es un bibliotecario singular y un ajedrecista singular. Es un ser singular. Desde El libro del agua, editado por la Diputación de Albacete hace una década, no le conocía más señales de vida como poeta que algunos escritos circunstanciales. Como haiyín en cambio sí que le hemos leído muchas cosas en lo que va de siglo. También, como autor de poemas infantiles, le leímos Qué fea es mi hermana, donde adopta la voz de una niña de seis años y juega con salero a ser Gloria Fuertes, mejorando de forma muy ostensible a Gloria Fuertes, y mezclando algún poema notable de adulto entre los juguetes. Estoy pensando en Yo veo. De modo que tenía miedo de no leer un nuevo poemario de Ángel Aguilar. Olvidaba que, desde Alas más grandes que el nido, este poeta nacido en Caudete en 1958 publica solo un poemario por década, preferentemente al principio de cada década. Maneras de deshacerse corresponde a la segunda del siglo XXI y nos muestra a un Aguilar más fiel que nunca a sus características, un poeta celebrador de la vida y del amor, que se abraza a la naturaleza y la carne hasta fundirse y desaparecer en ellas, en medio de un paroxismo liberador. Un poeta místico, al estilo de Santa Teresa, hasta en el uso de antítesis y paradojas para enfatizar su entrega. El nuevo libro continúa la línea abierta en El libro del agua, un poemario que debería ser referencia en la poesía albaceteña actual, si estas cosas existieran y le importasen a alguien aparte de los cuatro o cinco que leemos poesía por estos secarrales. No es que Maneras de deshacerse no esté a la misma altura, es que es más irregular. El libro del agua era un estanque perfecto. En Maneras de deshacerse, sobre todo en la segunda parte, Amantis religiosa, dedicada al amor, aparecen ejercicios, rimas, probaturas, poemas menores, que se intercalan con poemas que están entre los mejores del autor, sin solución de continuidad. El resultado es que distraen de la lectura, como distraen ciertas erratas que debieran haberse evitado. Es como si Aguilar hubiese renunciado a reivindicarse como poeta, como si prefiriera quitarse importancia. Y, sin embargo, contiene Serenidad, para muchos un poema emblemático, que no recuerdo que haya sido publicado antes en libro exento. Y también Dulce orilla o Derviche, poemas panteístas a la manera de Aleixandre: “siento el embudo del infinito, el abrazo de la espiral, el vertimiento loco de nuestros cuerpos…”. Y los experienciales Paseo y, sobre todo, Habitación 122, que paradójicamente ofrecen un remanso narrativo al desenfreno romántico. Como el séptimo de caballería de Míchigan, la naturaleza siempre viene a rescatar al autor y a sus lectores: “Contemplo el mar y sé / que cuando me sumerja / habrá unanimidad y pureza en cada ola / y seré absuelto”. A esta manera de hacer, continuista respecto al libro anterior, lo que no le resta mérito alguno, pertenecen poemas de la primera parte del libro, como El olvido de ti que es tu cuidado, atardecer en Vera, Los pájaros se incendian o Primavera distinta, en los que las enumeraciones descriptivas van anticipando la disolución del pensamiento y de las emociones que lo aprisionan. Amaneces y el poema de la anciana del asilo abren nuevas perspectivas temáticas: “No es la existencia quien ordena los años / en el paisaje adormecido, / sino la luz, la savia en que mojamos los ojos”. / Ángel Aguilar: Maneras de deshacerse. Ed. Que vayan ellos, 2012.

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