La vida ondulante


“El escritor de aforismos, si se descuida, puede acabar convirtiéndose en un sabio de almanaque”. Así se las gasta Ramón Eder para definirse a sí mismo, para definir el género en el que se mueve como pez en el agua. Entre la infinidad de perlas que flotan en la superficie de esta colección de perlas que es La vida ondulante, afloran de vez en cuando las que tiran piedras sobre el propio tejado del aforismo, o intentan definirlo con retranca, como esta tentativa con ritmo de samba: “Un libro de aforismos debe ser como una de esas playas de Brasil llenas de sirenas que están bien y muy bien, pero en las que hay una docena que nos acelera el pulso.” Y con el pulso acelerado, se pone uno a comentar la colección y no sabe por dónde empezar. No se puede recurrir a la estructura o al argumento, que es lo habitual. Cuando se trata de poemas, se habla de los rasgos específicos, se destacan unos poemas o unos versos. Pero qué decir cuando la propia extensión y la naturaleza del contenido son tan diversas, tan polimorfas como el agua, que se escurre entre los dedos cuando se intenta cogerla. A mí no se me ocurre otra fórmula que recurrir al instinto humano de clasificar las cosas, para no convertir el comentario en una sucesión ininterrumpida de citas que desvelarían el contenido, o parte del contenido, lo que en este caso equivaldría a adelantar quién es el asesino en una novela policiaca de las del tipo enigma. Además, le haría un pobre favor al autor, que merece que los aficionados se hagan con el libro y lo disfruten, lo saboreen, lo relean, se aprendan de memoria algunas de las perlas para recitarlas en las ocasiones apropiadas; se conviertan en definitiva en sabios de almanaque, como advierte Ramón Eder. Hay mezclados en La vida ondulante aforismos políticos, más o menos encubiertos: “Un político es un ciudadano menos”. También hay lecciones de vida: “A veces lo que más dolor nos produce es comprobar que las desgracias de las personas que queremos no nos afectan tanto como quisiéramos”. Las hay que se refieren al arte y la cultura: “Si de Séneca como maestro salió Nerón como discípulo, quizá no haya que hacerse demasiadas ilusiones sobre las virtudes de la educación”. Otro grupo de aforismos se refiere a los medios de comunicación de masas: “Cuando pasa cierto tiempo, uno se da cuenta de que todos los periódicos son amarillos”. En fin, que hay direcciones muy diferentes, que terminan convergiendo en lo que el autor ya ha anunciado en el breve prólogo, apenas un poco más largo que una máxima: que después de los moralistas franceses consolidaran el género, todos los que han venido después escribiendo aforismos han tirado de la ironía, como principal ingrediente. Y cita a Lichtenberg, Nietzsche, Jules Renard, Chesterton, Borges, Bergamín y Lec. Para no quedarse atrás, Eder estira un poco más la definición, que obliga a ser conciso y a dar en el clavo a la vez, lo que resulta imposible si uno no anda bien de entendederas: “La inteligencia, a partir de cierto grado, se vuelve inevitablemente humorística”. Así, moviéndose entre los peligros que acechan al autor de máximas: la de caer en la greguería, siempre tan socorrida, la de romperse en la pompa de jabón del ingenio sin más, la de resultar inane, y no digamos ya las de decantarse al haiku o la copla, Eder vadea la superficie las más de las veces con la solvencia de un anónimo autor de refranes, con lo que cuesta eso, impartiendo lecciones útiles, que explican la vida cotidiana y orientan sobre el mejor modo de moverse en ella. Filosofía de bolsillo, pero de largo alcance. Sin contar otros perfiles, como que muchos de los aforismos de Eder no se contentan con serlo y semejan principios de cuentos: “Tenía unas cuantas macetas en su balcón y las miraba con orgullo, como un terrateniente”. De momento, él no tiene anunciado cambiar de género. Le basta con saber que “los aforismos buenos son imperdonables”./ Ramón Eder: La vida ondulante. ed. Renacimiento. sevilla, 2012

3 comentarios:

  1. Vivimos un tiempo de aforismos. Es verdad. Como hace unos años vivimos una pandemia de haikus. Pero Ramón Eder es un nombre singularizado, sin lindes de escuela, sin el gregarismo de una moda al paso. Sus aforismos son coordenadas de referencia, tablas de situación del tiempo que nos ha tocado vivir. Es un maestro. de verdad, y todo lo demás literatura.

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  2. A los que nos gusta escribir aforismos sin duda lo tenemos entre los maestros actuales del género. Buena reseña,Arturo.

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  3. Ese fue mi primer libro suyo. Luego no he podido parar. Un maestro, sin duda.

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