Entrar en los lugares un segundo antes de que estén preparados para
recibirnos. Por ejemplo, “carreteras secundarias, de noche, donde, por un
momento, un susurro de alas pasa muy cerca en la oscuridad, seguido del tirón
del silencio”. Ese es el ámbito donde se mueven los poemas de Burnside.
Naturalmente se trata de un ámbito artificial, porque la realidad es la misma
cuando estamos que cuando no estamos. ¿O no? Según Burnside, para acceder a
esos instantes de transición hay que activar la atención y la consciencia, dos
de los estados de conciencia de los que disponemos. El tercero, la distracción,
es el piloto automático con el que nos perdemos en el mundo cotidiano, en la
rutina nuestra de cada día. Dejarla atrás y salir a conocer lo desconocido antes
de que signifique algo, de que se convierta en un símbolo, esa es su tarea de
poeta: “muchas veces, el camino del conocimiento es dejar atrás lo que ya
sabes, ir a otra cosa”. Y para conseguirlo el poeta escocés se embarca y nos
embarca en un ritmo de caminador que va vinculando las cosas con el aleteo de
los versos: “Y lo que me gustaba, / sin duda / no era mi estricta / presencia
en un pliegue / de la niebla, / sino el estar ahí / como todo / está ahí / al
azar / para ser modelado / por lo que no está”. En ese desfase entre el estar y
el no estar, reside la sorpresa que nos ofrece Burnside. Una experiencia tan
perturbadora que, cuando procediendo de ella, intentas volver a tu rutina, esta
te desconoce y desconfía de ti. Se mueve cerca de poetas muy próximos a
nosotros, como César Simón, pero con un matiz importante: Simón se maravillaba
de ser una presencia consciente en los lugares. Burnside se maravilla de los
lugares antes de que llegue su consciencia: “bajo la luna tan blanca y
desprovista de propósito”. Así cada
poema es un comienzo, un despertar: “Y salía a
la luz de suero del alba / para empezar de nuevo”. Lo mismo le sirven de
apoyo los ratones de campo que una señal de stop cerca de Horsley, una cosecha
de tarros recién etiquetados que el invierno. El caso es que donde mejor se
aplica es en los territorios fronterizos de la conciencia, como ese magnífico Poema ocasional donde se mete en la piel
de una niña de meses, o en los signos sutiles que distinguen unas estaciones de
otras. Como suele ocurrir, el lector tarda un tiempo en atravesar el terreno
cifrado que supone siempre una escritura nueva, con personalidad distinta a las
que controlas. Pero una vez dentro, Burnside es una fiesta de la sugerencia. La
edición ha corrido a cargo de Jordi Doce, que siempre es una garantía de buena
traducción. Fue lo primero que me atrajo del libro. No había oído siquiera
hablar del poeta, pero precisamente por eso me llamaba el leer a un autor
inglés de mi generación, ya que John Burnside nació en la escocesa Dumferline
en 1955 y solo me lleva seis años. Luego descubrí un tercer atractivo: a modo
de epílogo, el editor ofrece la transcripción de una entrevista que mantuvieron
en 2006 Burnside y Zagajewski, moderados por el propio Doce. Siempre me apetece
escuchar lo que cuentan otros poetas cuando reflexionan sobre su tarea,
especialmente por si dejan escapar algunos de sus trucos técnicos. Aunque no
sea este el caso, conforta la lucidez que demuestran estos dos autores cuando
por ejemplo califican al poeta como un místico imperfecto porque lo que lo
caracteriza es la locuacidad, mientras que la mística es territorio del
silencio. Burnside reconoce turbarse cuando alguien le felicita por un poema
que escribió: “se lo dice a alguien que no soy yo. Yo ya no estoy ahí, lo que
escribí, no me pertenece”. Y Zagajewski apostilla: “A menos que vuelvas a
leerlo en una lectura pública y te lo apropies, lo cual es agradable”. Conjeturas y esperanza supone una vuelta
de tuerca sobre el tema de la identidad, un horizonte estimulante para la poesía.
/ John
Burnside: Conjeturas y esperanza. Editorial Pre-textos. Valencia, 2012.
Otro artículo de chapeau, Arturo. Corro a comprar el libro.
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