A aquellos que tenemos el hábito de la escritura nos sorprende ver,
cuando miramos hacia atrás, de qué modo va quedando nuestra propia biografía
impresa en nuestras obras. Es una sensación que no pueden captar la mayoría de
los lectores, excepto quizás los cercanísimos. Pero que a uno mismo lo asombra
y lo llena de una nostalgia incómoda, la nostalgia de una intensidad
reconocible, pero irrecuperable. El periodismo es el género más fiel a la
experiencia, porque su exigencia temporal no permite que elaboremos el material
de lo vivido en busca de efectos espurios. Lo vivido está presente, hablemos de
lo que hablemos. Desde hace años, publico un artículo semanal, que rara vez
reviso pasados unos días. Pero, cuando, por alguna razón, he tenido que
rebuscar entre los acumulados, vuelvo a respirar el rastro de mi vida que se
quedó encerrada en ellos. Por ejemplo, cuando reuní una colección en el libro Albacete, entre huellas y raíces. Con
más fuerza de la que esperaba encontrar, ahí me aguardaban mis yos anteriores,
del mismo modo que nos aguardan en las fotografías, por mucho que haya pasado
más de una década desde que nos las sacaron. Aunque con un matiz: en las
fotografías no está retratado el tiempo interior, solo lo externo. En las
crónicas, incluso en las columnas literarias, aún nos palpamos, podemos
reconstruir la escena, dónde tejimos las palabras, todo está entero, aunque de
forma soterrada, cifrado por nosotros mismos que volvemos a sentirlo hasta los
tuétanos. Por supuesto, la poesía es también biográfica, si bien mucho menos de
lo que la mayoría de la gente cree. La poesía es un género que requiere la máxima
intensidad. Por eso, aunque los poemas crezcan a partir de un germen de
experiencia, por lo menos en mi caso, luego necesitan una elaboración muy
exhaustiva, muy técnica, que los convierte en artefactos, es decir en escritos
destinados a producir una determinada impresión en el lector, una emoción. El
yo más profundo, el más descarnado, sigue ahí, porque al primero que tenemos
que emocionar es al propio poeta, cuando nos asomamos al escrito después de
haberlo olvidado, siquiera por unos instantes, previos al reconocimiento
inevitable de haberlo compuesto. En cambio, lo que nunca hubiera imaginado es
encontrar tan fresco, tan permanente, el rastro de la experiencia en los
relatos de ficción, en los cuentos para adultos que acabo de publicar y que he
tenido que rescatar y revisar minuciosamente para darlos a la luz. Estaban muy
dispersos, porque soy un cuentista despacioso, intermitente, menos deliberado
que en otros géneros. He seleccionado piezas de la época de los ochenta, y en
ellos estaba mi casa de la calle Quevedo, mis hijos pequeños, mi rutina de
madrugar y recorrer las calles desiertas para abrir la radio unos instantes
antes de que amaneciera. Y, como en los sueños de la noche, cuando tratamos de
interpretarlos al despertar, también están muy evidentes mis preocupaciones de
entonces, alteradas por el onirismo caprichoso de la escritura. Hay cuentos de
los noventa, tan influidos por los viajes al instituto de La Roda, por las
clases de esquí, por los viajes de estudios a Italia, tantas películas vistas
en el cine. Y hay cuentos de la primera década del siglo XXI, en donde se respiran
los aires de Chinchilla, su antigüedad, sus ecos, sus alrededores. Por
supuesto, estoy resumiendo mucho, y temo que a la mayoría pueda frustrarles no
encontrar más evidentes estas sensaciones, y, como mucho advertirlas,
volátiles, en la atmósfera de los relatos. Ya digo que se trata de experiencias
cifradas en una clave que solo uno mismo, o los muy allegados, pueden descodificar;
de hecho más que el autor, tan obcecado en pulir otros detalles. Baste decir
que mi mujer, al releerlos, me comentaba divertida si no me daba prurito
mostrarme tan como soy. Espero que sea porque compartimos claves que nadie más
conoce. De todos modos, por fortuna, las hermosas e inquietantes ilustraciones
de María Dolores Alfaro introducen otra realidad paralela, que desviará a los
lectores hacia otras interpretaciones. /
Arturo
Tendero: La hora más peligrosa del día. ed. la siesta del lobo. con
ilustraciones de María Dolores Alfaro. (Se presenta el jueves 19, a las 19,30 horas, en Librería Popular)
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