Un hombre vuelve a casa, después de un día particularmente aciago, y
ninguna de las rutinas cotidianas le ofrece consuelo. Lo único novedoso que
revolotea en su alcoba es una polilla. Aturdido por sus tristezas, persigue de
forma distraída a la mariposa, que va escapando de sus palmadas y logrando que
el hombre se cebe en hostigarla. Tras unos minutos, consigue darle caza. Con el
insecto en la mano, agitándose todavía, descubre que ha llevado la persecución
demasiado lejos, más allá del pretil de la ventana. Que está cayendo y que,
cuando lo encuentren aplastado en la calle, creerán que se arrojó abrumado por
sus problemas. Es la sinopsis de Vuelo de
polilla, el primer cuento que publicó José Luis Cebrián (Albacete,
1955-2012) en la revista Barcarola. Nos hicimos amigos en aquellas tertulias
nocturnas de los jueves del año 80, en el hotel Los Llanos. En teoría nos
reuníamos para preparar el número siguiente de la revista, pero en realidad lo terminábamos
luego, contra reloj, de forma apurada, porque durante los cafés nos dedicábamos
a leernos nuestros escritos, a conocer a tipos excéntricos que venían a darnos
lecciones de literatura o de bohemia, no sé bien, y sobre todo a cimentar
nuestra amistad. Allí nos amistamos para toda la vida con Nicasio Sanchís,
Ángel Aguilar, Frutos Soriano y León Molina, entre otros. También con José Luis
Cebrián, el que menos cambió del grupo. Desde el principio, José Luis ya usaba
bigote, al que siempre fue fiel. Y ya tenía la cara como picada de viruela. Y se
defendía de su timidez rascándose la oreja, o desahogándose el cuello de la
camisa, o recolocándose las gafas en el puente de la nariz con ayuda del dedo
anular, o pellizcándose el bigote. Aquellas manos temblorosas no sabían estarse
quietas mientras José Luis hablaba como escribía, con un talento para el
detalle que dotaba a su conversación de un envidiable toque literario. En el
segundo cuento, Solo palabras, el
protagonista se libraba por pelos de caer en las sórdidas mazmorras de la
posguerra, después de un malentendido: el estanquero quería cargarle una ración
de tabaco; y, en presencia de individuos malcarados, en un arrebato, el pobre
hombre le había replicado: “no me van a meter los ideales a la fuerza”. La
doble acepción de la palabra ideales le servía a José Luis para sumergirte en
aquel tiempo lóbrego, de miedos, escaleras y miserias. Lo hacía con una prosa
barroca, trufada de subordinaciones, que te iban acercando en espiral a los
detalles, igual que los barracones de feria te pasean por sucesivos retablos
del horror. Entrar en un cuento suyo era como pasar un nublo en medio de abril.
Las circunstancias me alejaron de Barcarola, pero él siguió acudiendo fiel con
sus historias de hombres que perdían la sombra o se enamoraban de una aparición
o se asomaban a un pueblo apartado de la sierra en el peor momento, a tiempo de
ser víctimas propiciatorias de un aquelarre (El invitado). Una ciudad como Albacete se compone a la vez de
muchas ciudades, cada uno vive preso en sus circuitos y, aunque la amistad siga
viva, puedes pasarse años sin coincidir con amigos que se mueven a muy pocos
pasos, en circuitos paralelos. Basta con que un día te escapes del guión para
que os reencontréis. Y en reencuentros fortuitos conseguí de José Luis algunos
cuentos para mi propia revista, La siesta del lobo. Mi favorito es Días vacíos de piezas encajables, en el
que una especie de Penélope aguarda el regreso de su prometido, inmigrante en
Bélgica. Despechada por las habladurías, arroja al río los recuerdos que guarda
de él. Un poco más tarde, el río se seca y queda al descubierto el coche de su
prometido, sorprendido por la muerte cuando regresaba. Esparcidos alrededor,
porque el azar es así, afloran los recuerdos de la relación. También José Luis
se ha ido sin tiempo para despedirse, como un personaje más de sus cuentos. Todos
creímos que empezaba a luchar contra la enfermedad que lo estaba derrotando. Al
menos no ha cambiado en mis recuerdos. Lo recordaré como era. Sus cuentos
siguen dispersos y volando, como aquella polilla primera.
Muchas gracias por tu artículo Arturo. Seguiremos en contacto. Un abrazo.
ResponderEliminarJose Luis Cebrián Márquez.