«Albacete,
una ciudad a punto de estallar». Es el mantra que repetía una y otra vez en su
programa de radio Juan Ángel Fernández. Hablamos de la década de los 80, y esta
coletilla sonaba más como un acabracadabra, como un deseo ferviente de que así
sucediera, que como un eslogan publicitario. Lo cuenta con mucha agudeza Juan
Carlos Gea en el prólogo al libro en el que aquel locutor entusiasta acaba de
demostrar que su ensalmo funcionó. Que ha florecido una provincia que hasta
1979 fue poco menos que un erial en asuntos culturales, un ombligo paleto sin apenas
proyección. El brillo de los días. La
cultura albaceteña del siglo XXI es un libro de entrevistas a lo que el
prologuista llama «un catálogo de activistas del arte». Veinticinco creadores
que cubren desde la música al teatro, pasando por la literatura, las artes
plásticas y el cine. Y si los entrevistados son activistas, el compilador es un
dinamizador y un catalizador necesario en este trabajo en equipo en el que son
todos los que están, pero no caben ni de lejos todos los que son. Ya lo dijo el
mismo autor en la presentación del libro: «estos son mis personajes»,
subrayando el «mis» y añadiendo que algunos más que tenía preparados se le
quedaron fuera. Independientemente de sus legítimas preferencias y de las
limitaciones de espacio, el libro nos ofrece varios niveles de lectura. Para
empezar, qué piensan los artistas de la tierra que les vincula. No tanto de la
ciudad, como de la provincia de Albacete, ya que hay nacidos en La Roda, Casas
Ibáñez, incluso algún oriundo de Valencia o algún recriado en Chinchilla. El
mismo Miguel Barnés acaba de fallecer en Almansa. Albacete ya no es aquel
pueblo perdido, sino, como cualquier ciudad de mediano tamaño, una suma de
pueblos que se superponen y en los que los creadores pueden tanto mezclarse y
sumar sus proyectos como conocerse solo de oídas o ni siquiera eso. Lo mejor es
que ninguno se arrepiente de ser de donde es, lo que ya es mucho. Al contrario,
los humoristas nos han hecho el trabajo sucio y por ahí fuera ser de Albacete
constituye un «salvoconducto de complicidad». En lo que están de acuerdo el
propio Gea, Eloy M. Cebrián y Joaquín Reyes es en que los manchegos somos
secos, pero luego tenemos retranca, una bordería hipercrítica que no produce un
humor expansivo, aunque está llena de matices. Por eso mismo, parece que no
alardeamos de ser albaceteños, sino que más bien mantenemos un sano desapego
por nuestro lugar de origen. De todos modos, para realizarse todos han tenido
que cultivar sus contactos con círculos influyentes más o menos lejanos, en los
foros donde se cuecen las habas, porque una cosa es el talento y otra cosa es
la presencia. Ya se puede ser el mejor de los artistas, que si no te conocen,
no existes. Vamos que las redes sociales, y no me refiero a las de internet,
son imprescindibles, como indica Marta Torres en su entrevista. Otra cosa es
que se vuelva al punto de origen para retomar energías y para volver a empezar,
como hacía el malogrado Barnés, un pintor viajero, que ha entregado a Juan
Ángel Fernández su canto del cisne en declaraciones llenas de criterio y
valentía: «Los políticos son el enemigo número uno del arte (…) El principal
sentido de la pintura es ir en contra». Su colega Fernando López abunda en esta
opinión y añade que «esta sociedad es muy superficial, se ha perdido mucha
reflexión (…) y si hay una solución a este problema, creo que hay que buscarla
en la basura». Se puede comprobar que los creadores lo son sobre todo porque
piensan, aunque además absorban todo lo que se mueve a su alrededor para
regurgitarlo como obra de arte; puede verse, por ejemplo, en la dramaturga Rosa
Díaz o en el cineasta Hernán Talavera. Así, además de engordar nuestro
albaceteñismo, aprenderemos lo qué es el Mu-i, una revista ensamblada, la
infografía o la Música Antigua, entre otras cosas. / Juan Ángel Fernández:
El brillo de los días. Libros del sur.
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