Igual que se dice que «a mal
tiempo, buena cara», hay mucha gente convencida de que los buenos poemas brotan
desde el dolor, la angustia y la tristeza. Nunca de la felicidad, que es para
vivirla, dicen. Y, quizá para darles la razón a los que así piensan, el año que
se acaba, lleno de crisis, de paro y de recortes, ha tenido en Albacete una agitación
lírica extraordinaria. No hemos ganado el Cervantes ni logrado hitos sublimes,
pero 2.011 ha sido un no parar, y eso es bueno siempre. Para empezar, Andrés
García Cerdán obtuvo el premio Barcarola, con Cármina, un libro que verá la luz muy pronto. Es el primer poeta
local que gana este premio sin tener que compartirlo ex aequo con un vate
foráneo, como les ocurrió a Javier Lorenzo y a Mercedes Díaz Villarías, lo que
ya es un paso estimulante. Antes Ángel Aguilar había presentado su poemario Qué fea es mi hermana, escrito desde la
piel de una princesa destronada de seis años que sublima la pelusilla poniendo
verde a la intrusa de su hermana con una mezcla de odio y de ternura. Contiene
poemas como Yo veo, que están entre
lo mejor de su autor, y no solo para niños, lo que ya es decir. También este
año Luis Martínez Falero se trajo para Albacete el premio Juan Ramón Jiménez
con su libro Fundido en blanco, donde
nos habla de la luz, de la palabra y la muerte, y se mueve en el borde de lo
inefable con el pulso de un maestro: “O deja que el silencio se adueñe de la
casa / para buscar la voz de los ausentes, / la blanca cercanía de lo que ya no
existe”. Otro que no para de ganar premios es Manuel Laespada Vizcaíno, nuestro
paisano afincado en Manzanares, que ha visto aumentada su obra por lo menos con
dos nuevos poemarios, que yo sepa. También está imparable Juan Lorenzo Collado,
que ganó el “Ciudad de Jumilla” con Luces
de neón. Y no muy lejos anda Alfonso Ponce, cuyo libro premiado
disfrutaremos enseguida. El articulista y mecenas de la cultura local Isidoro
Ballesteros también está en plena forma y ha sacado a la luz otro poemario. Por
su parte, Ricardo Fernández nos trae desde Zaragoza, donde vive, la mejor de sus
obras hasta la fecha. Pero cuando ya el año ha terminado de estallar ha sido
después de la Feria. No hablemos de las Jornadas “5 Poetas en Otoño”,
organizadas por la Facultad de Humanidades y el grupo La Confitería, que ha
vivido uno de sus ciclos más completos. Hablemos de Fractal, una asociación
formada por cinco jóvenes poetas, Andrés García Cerdán, Rubén Martín, Lucía
Plaza, Matías Clemente y David Sarrión, que durante una semana llenó la ciudad
de actos en los que la poesía se mezclaba con otras artes y consigo misma, en
festiva y juvenil algazara. Para el recuerdo dejan una antología de casi medio
centenar de autores, llamada El llano en
llamas. Por cierto, que una de las antologadas, Gracia Aguilar, para
despejar sospechas de que es la princesa destronada del libro Qué fea es mi hermana, escrito por su
padre, le dedica un hermoso poema a su hermana Clara. En el otro extremo de las
edades, se le rindió homenaje a Ramón Bello Bañón, que sigue en plena
actividad, lleno de lucidez, más allá de los ochenta. Poetas amigos se arracimaron
en torno suyo para leer sus versos. Bello se ha prodigado poco en libro. Desde
el año 96, cuando salió Los caminos del
día, no ha vuelto a dar poemas a la imprenta, que yo sepa, y eso que tiene
más de cien inéditos. En el mismo ayuntamiento, para ponerle broche al año, Joaquín
Belmonte tomó la alternativa de su padre Ismael en un libro titulado Hasta donde la vista alcanza (no podía
ser menos). Contiene un regalo
inesperado: un soneto inédito de Ismael Belmonte, encontrado en una servilleta,
que no tiene que envidiarle a nada de lo que le conocimos en vida. Y seguro que
se me han escapado cosas. Que me perdonen los omitidos. No son recortes, es que
no llego a más.
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