¿Quién dijo que los libros no
hablan? Y hasta llaman. En una de mis visitas a Librería Popular, sentí la voz
de un volumen grueso, de más de ochocientas páginas. Lo miré de reojo. Era
blanco con una extraña torre en la portada, que recuerda un ideograma chino. Su
autor, el crítico Harold Bloom, que se hizo famoso hace unos años por resumir
lo que para él era lo mejor de la literatura occidental, el canon. Ahora nos
sirve una antología de poetas yanquis, el libro que me estaba llamando. Soy de
los que piensan que la poesía es intraducible, si exceptuamos la de
Shakespeare, que tiene tanta fuerza que rebosa en cualquier versión que se le
haga, por muy manta que sea el que la perpetra. Yo mismo lo intenté una vez con
El mercader de Venecia. Si aún no me
han juzgado por ello es porque me ayudaron los componentes del grupo Cómicos y
porque Shakespeare es muy sufrido y no se queja. He mantenido y hasta
proclamado que las traducciones de poesía tienen como única utilidad servir a
los poetas para entrenarse remendando los destrozos del traductor. Está claro
que se trata de una fanfarronada. Por muy buenos poetas que haya en España, y
los hay, nadie con dos dedos de frente puede sostener que no los hay tan buenos
o mejores allende nuestras fronteras, incluso dentro del territorio del
castellano, del que somos solo una gota de agua en medio de un vasto océano.
Por eso me llamaba el libro, porque tengo una asignatura pendiente con la
poesía yanqui. De modo que me llevé el tocho a casa, dispuesto a limar mis
carencias. Lo primero que supe es que Bloom no es el autor, solo el que bendice.
La recopilación es de Jeannette L. Clariond, traductora y anotadora del libro.
Enseguida, la propia Clariond nos advierte de que no es una antología al uso, sino
que se ciñe solo a un perfil, el de los poetas que han seguido la estela de
Wallace Stevens. Bloom los va introduciendo uno por uno con unas cuantas
pinceladas. Además muchos son conocidos, incluso los había leído en poemas
sueltos. Enseguida mi vida se agitó y tuve que enfrentarme al libro como la
carpa que nada contra corriente. ¿Qué tengo que ver yo, que soy de secano y
vivo en un pueblo pequeño, con la vasta extensión en donde escribe esa gente?,
me decía a todas horas. Como son discípulos de Stevens, pero también,
inevitablemente, de Walt Whitman, la mayor parte de los poemas son largos,
muchos larguísimos, algunos interminables. Las pinceladas de Bloom me parecían
brochazos. Lo retomaba algunas noches antes de dormir y se me antojaba poesía
abstracta de la que hay que leer poniéndose bizco. Como de un poeta a otro
cambiaba el estilo, no podía leer a dos seguidos. A unos intentaba abarcarlos en
inglés, otros no se dejaban. En fin, que apuré el libro porque soy más pesado
que ellos, pero tardé una eternidad. Sin embargo, como antes de abandonar un
volumen en la estantería, reviso mis anotaciones, me llevé una sorpresa enorme:
había tomado notas de casi todos los autores. El esfuerzo de lectura había sido
en realidad un esfuerzo de adaptación: al ritmo, a la forma de decir de cada poeta.
Está claro que el lector tiene que acompasar su lectura con la exigencia del
texto. A veces cuesta. En poesía más; aunque, no siempre tanto como me ha costado
a mí con los yanquis. Ahora tendré que volver a ellos porque, a diferencia de
la prosa, la poesía, o es para releer, o no es poesía ni cosa que se le
parezca. Se empieza por no entender nada y se acaba disfrutando. Es como la
Novena de Beethoven, que viene desde el caos y acaba absorbiéndote. «La
posibilidad del orden como la suma del desorden», un verso de uno de los poemas
que más me gustan, Ensenada Corsons,
de A.R. Ammons, que sirve para resumir la sensación. Ea, que algo tendrán los
yanquis, cuando los bendicen. A mí me han colonizado la emoción. / Harold Bloom: La escuela de Wallace
Stevens. Editorial Vaso Roto.
Te gustará saber que A.R. Ammons fue compañero de Lamar en la universidad de Cornell. Me habló de él este verano y me lo recomendó. Casualidades de la vida.
ResponderEliminarDe esa antología (de acuerdo contigo en que los comentarios de Bloom son brochazos) me quedo, además de con Stevens, sobre todo con Charles Wright, Henri Cole y Ammons, por este orden.
Antonio