Fundido en blanco


Una de las maneras de cerrar un plano cinematográfico es que las imágenes se vayan aclarando paulatinamente, como si se llenaran de luz, hasta que la luminosidad va dominándolo todo y solo queda un rectángulo blanco. Se denomina fundido en blanco, que suele usarse algo menos que su antagonista, cerrar en negro. Luis Martínez-Falero (Albacete, 1965) ha bautizado con esta referencia cinematográfica su último poemario, con el que acaba de ganar la trigésima edición del premio Juan Ramón Jiménez, que otorga la Diputación de Huelva. Falero es uno de los baluartes de la poesía albaceteña, tan laureada en la última década. De hecho fue el pionero, ganando el Adonáis en 1997 con el encendido y fúnebre Plenitud de la materia, sin duda uno de los mejores libros que han ganado el Adonáis en sus últimas ediciones. Como Jorge Manrique, el escritor sublimó la muerte de su padre en doce odas, por las que el lenguaje fluye como un río que arrastra imágenes, recuerdos, reflexiones. “¡Dadme la soledad, como se ofrece el pan a los mendigos, / como se arroja olvido en forma de silencio sobre el mundo! / Ya nada es mío, sino el lento transcurrir de cada noche.” Así, con este fundido en negro, terminaba el poemario. Le costó a Falero sacar la cabeza de aquel río pletórico, volver a respirar en la composición. Cuando hablábamos de cómo iban las cosas por el taller, bromeaba y cambiaba de tema. Se hacía el misterioso. Ocho años tardó en dar a la luz nuevos poemas. Fue en La Reducida Compañía del Sur, la selecta y volátil editorial de Andrés Gómez Flores. Descubrimos entonces que la metapoesía, la palabra como tema mismo del poema, que ya asomaba en el libro precedente, alcanzaba en el nuevo pleno protagonismo. “La palabra inicial que no concluye nunca, / la escritura del viento que repite la historia…” En las costuras se notaba el esfuerzo por salvar la vida cotidiana, los estudios, el trabajo de profesor de instituto y de universidad, para extraer de ella el jugo salvador de unos versos, aunque fueran versos cargados de imágenes literarias, versos mezclados de palabras leídas y oídas y arrancadas a la inspiración. Recordando aquellos manuscritos antiguos que reutilizaban materiales anteriores y en los que aún se traslucían las letras de escrituras precedentes, Palimpsestos fue el título de aquel poemario breve, de apenas quince piezas, incluidas una cita inicial y un colofón. El torrente inicial del Adonáis se había remansado y lograba esos relumbres temblorosos con que el agua transparente nos saluda cuando nos asomamos a un estanque: “Alguien contempla el mundo en un espejo en blanco. / Su imagen se diluye entre los rostros / de aquéllos que cruzaron el vacío de esta superficie / y en su reverso oscuro dibujaron su nombre.” Fundido en blanco, ya lo anuncian los versos finales de Palimpsestos, es la desembocadura natural de la corriente que fluye de la mano de Luis Martínez-Falero. Ahora su escritura se ha ido adelgazando, despojándose de imágenes y aligerándose de referencias vividas. Nos quedan la muerte y el lenguaje, sus dos temas recurrentes. Y la luz como intérprete, que tiende un puente entre ambos. Al fin y al cabo, “elevada hasta su extremo / la vida es solo un bosque de plegarias / alzado sobre un páramo.” El pesimismo literario de Luis va construyendo una atmósfera hipersensible en la que el más mínimo roce nos hace un arañazo, un espacio donde las presencias son apenas bultos que transcurren: “Este es el tiempo de las consumaciones. / No existe lo que amamos, su forma es solo humo.” El título del conjunto, Fundido en blanco, es un efecto cinematográfico, pero si tuviéramos que quedarnos con un resumen, utilizaríamos otro de sus versos: “disolución del ser en la palabra”. Como ocurre con otros autores albaceteños: Javier Lorenzo, León Molina, Ángel Aguilar…, si Luis hubiera nacido en una gran ciudad, su calidad sería la misma, pero el número de sus lectores le haría más justicia. Disfrutemos en tanto, nosotros que podemos, de poemas como “Bajo una lenta lluvia…” o “En tu muerte la vimos…”. Luis Martínez-Falero: Fundido en blanco. Diputación de Huelva, 2011.

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