El jinete azul


Lo primero que conocí de El Jinete Azul fue un libro de poemas para niños, «Versos que el viento arrastra», de Karmelo C. Iribarren, ilustrado por Cristina Müller. Buscando simplificar más todavía su estilo sintético para acercarlo a la experiencia infantil, Iribarren se supera a sí mismo con unas gotas de ingenuidad y una pulgarada de lírica. Encima, las ilustraciones le añaden una tímida magia. El resultado, un objeto tan primoroso que parece que el gallo de la portada va a ponerse a cantar. Hace tiempo que las editoriales persiguen a los niños con cuentos y poemas, a veces con presentaciones deslumbrantes y contenidos que, al menos desde nuestra perspectiva de adultos, parecen simplones. Otras veces ni siquiera se esmeran en la forma, como si los contenidos más o menos ripiosos, más o menos imaginativos, bastasen y sobrasen. Puedo decir que el libro de Iribarren lo guardo entre mis libros de poesía favoritos y lo releo con la misma fruición que otros libros suyos que no fueron escritos con limitaciones de edad. Pero al mismo tiempo se le puede regalar a un niño sin temor a que sus padres lo reserven para un futuro hipotético en que el niño llegue a entenderlo. Esta polivalencia me parece mágica, mucho más fácil de explicar que de conseguir. Me pongo a pensar y esta unidad estructural de fondo y forma la he disfrutado menos de lo que sería lógico en casi medio siglo de vicio lector. Ahora que el libro electrónico gana terreno al de papel, a este último le quedan pocos argumentos mejores que su propia magia como objeto. Recuerdo de «La historia interminable» de Michel Ende, cómo a medida que avanzabas en el relato ibas descubriendo que lo que tenías en las manos era el mismo libro del que hablaba el autor. También, aunque de una forma más sutil, estaban integrados los libros de Tolkien, con sus mapas, sus runas y su tipo de letra peculiar. Dos recuerdos de la adolescencia. Pues bien, he vuelto a experimentar esa casi olvidada sensación con las novelas gráficas de El Jinete Azul. Aún conservo alguno de aquellos libros de Bruguera que contaban la misma historia en texto en las páginas impares y en cómic en las pares. Por supuesto todos hemos leído cómics más o menos puros. Las novelas gráficas de El Jinete Azul van alternando el texto con las ilustraciones y con secuencias de cómic que complementan la historia. Por ejemplo un personaje recibe un holograma, lo abre y lo vemos desplegarse en dibujos con sus correspondientes bocadillos. Se trata de tramas que transcurren en un futuro indeterminado, no demasiado lejano de nosotros: «El despertar de Heisenberg» del laureado Joan Manuel Gisbert y «La ciudad transparente» de Alonso y Pelegrín. Los ilustradores no utilizan un dibujo perfilado y denotativo, en el que todo se aprecie con claridad, sino un tipo de imagen esfumada, etérea, simbólica y sugerente, lo que contribuye a crear una atmósfera enigmática en la que el relato crece como en medio de una niebla. En el caso de la novela «1 €» de Federico Delicado, ni siquiera hay texto. Solo imágenes que a la vez desarrollan la trama y generan el clima. Son «libros para adolescentes» atípicos de este subgénero de la literatura, tan plagada de historias más o menos facilonas. Por eso mismo me ha llamado la atención que el director de la editorial, Antonio Ventura, sea un hombre experimentado en el oficio, que haya trabajado en editoriales nada sospechosas de elitismo, como Anaya. Quiero suponer que, si se ha internado en esta jungla incierta, es para desahogar su vocación de los corsés de la gran industria y para crear libros hermosos por el hecho mismo de crearlos, arriesgándose incluso a que no se vendan nunca o que terminen siendo solo valorados por una minoría de bibliófilos. Para rizar el rizo publica una agenda sin dietario, con las páginas en blanco, salpicadas de forma azarosa por collages de Juan Vidaurre. Otro experimento singular. Es tan rara esta generosidad, esta entrega absoluta a crear belleza, que me inspira simpatía. Si algún profesor de instituto se acerca a estos libros dudo que le defrauden.

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