Que se hable de ti, aunque sea mal. Dicen que eso le piden al cielo los políticos. En un cuento de Julio Ramón Ribeyro, un tipo iba caminando por la calle y casi pisa una insignia que había tirada en el suelo. No sabía qué demonios representaba, pero le gustó y se la prendió de la solapa. Al rato, tomando café en un bar, descubrió que al otro lado de la barra había un hombre con la misma insignia. El otro ya lo había visto a él, se le acercó y le preguntó: ¿vienes a la reunión, verdad? El primer tipo no tenía nada mejor que hacer y lo acompañó a un local cercano donde un montón de personas con la misma insignia en la solapa celebraban una asamblea. El hombre pensó marcharse pronto, pero le prendió la conversación que allí se dirimía e intervino un par de veces. La mayor parte de los concurrentes alabaron su sensatez y lo conminaron a subir al estrado donde fue nombrado de inmediato y por unanimidad presidente de aquel partido político que tenía como símbolo la insignia que todos portaban. En las últimas semanas he recordado esta historia tantas veces que es como si la hubiera escrito. Meses atrás, Antonio Cola, el coordinador de Izquierda Unida en Chinchilla, me había propuesto que encabezara la lista de la formación en mi pueblo. Me excusé. Se lo agradecí, pero le expliqué que no estaba entre mis prioridades el formar parte de ningún partido, aunque le pedí que me mantuviera informado porque no me importaba colaborar desde fuera. Hace unas semanas, otro amigo del mismo partido se me acercó y me repitió la propuesta, que contesté con similares argumentos. Sin embargo, vete a saber por qué vía descontrolada, empezó a extenderse en el pueblo el rumor de que yo encabezaría la lista de Izquierda Unida a las elecciones municipales. No llegaba como rumor, sino como noticia incontestable. Así se lo planteaban a mi mujer sus compañeros del trabajo: que sí, que sí, que tu marido encabeza la lista de Izquierda Unida. Yo lo dejé estar con la misma preocupación con la que acogería la idea de que un sosías mío andaba haciendo travesuras a mis espaldas, atribuyéndomelas luego. En medio de esta extraña situación, un tercer amigo me comentó que el partido se reunía el viernes pasado y me invitó con absoluta naturalidad, como si portara la insignia. Tuve que aceptar: necesitaba comprender qué estaba sucediendo. Esa tarde me senté ante un papel, como suelo hacer cuando quiero reflexionar y, trazando un mapa mental del asunto, llegué a una conclusión tan incómoda con desconcertante. A veces, la reflexión, igual que pasa con la escritura, te lleva hacia caminos con los que no contabas al ponerte. En efecto, tal y como les había contestado a mis amigos, no me apetecía en absoluto hipotecar durante cuatro años el tiempo de mi vida, que ya está bastante compartimentado; tampoco mi tranquilidad emocional y menos aún la de mi familia. De todos es sabido que cuando mucha gente te atribuye virtudes extraordinarias, en realidad es que no te conocen y se han formado una imagen de ti falsa que inevitablemente vas a defraudar. Y eso sucederá actúes como actúes. Sin embargo, también es verdad que esta curiosa oportunidad no se me va a presentar dos veces y que perderé todo el derecho a criticar a los políticos, al menos los de mi pueblo, si no me pongo un rato en su pellejo para ver qué se siente. Hemos vivido a este valle de lágrimas a vivir experiencias nuevas y esta además supone un reto. Y mi sentido de la ética añade que hay que echar una mano en la sociedad por lo menos un rato. El dragón de la crisis sigue engullendo adalides uno tras otro, la clase política es la más denostada de todas las clases, la mayoría de los que lo han intentado han fracasado y han perdido amigos, serenidad y prestigio en el intento. Cuando, por alusiones, tomé la palabra en la reunión, fluyeron por mí las mismas argumentaciones que había trazado sobre el mapa mental. Y me eligieron.
Solo aclarar, querido Arturo, que aunque contado por Millás, el cuento es de Julio Ramón Ribeyro. A cada uno lo suyo. Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias por la precisión, Antonio. Llevas razón, a cada cual lo suyo. Paso a repararlo de inmediato.
ResponderEliminarMe alegro de tu decisión, Arturo. Estoy segura de que será para bien.
ResponderEliminarUn abrazo ;-)
Al menos vas a subir el nivel ético de las candidaturas. Y probablemente también el estético (porque los de IU suelen ser bastante feos). Como sabes, yo ya viví la experiencia de unas elecciones. Fue muy emocionante descubrir, por ejemplo, que en Carcelén no nos había votado nadie.
ResponderEliminarMuchas gracias, LLanos. Ojalá sea para bien.
ResponderEliminarBueno, Eloy. Es difícil igualar tus resultados. Pero, como dijo el torero: se hará lo que se pueda.
ResponderEliminar