Pasen al Museo y vean


Viajamos a otras ciudades para visitar contra reloj, de cabo a rabo, sus museos, apurándonos incluso para verlos todos, y en cambio vamos postergando sine díe la visita a los de nuestra propia ciudad. Como siempre estarán ahí, confiamos en que el azar nos facilite un día el camino para verlos. Va pasando el tiempo y esa ocasión a la que hemos fiado nuestra visita nunca llega. Y ahí sigue la asignatura pendiente. Eso me ha venido pasando a mí con la exposición sobre la Feria de Albacete, abierta en el Museo Arqueológico desde el mes de septiembre pasado. Encima ni siquiera es permanente, aunque una buena parte merecería estar en un hipotético Museo de Historia de la ciudad de Albacete que ya va siendo hora de que alguien ubique de una vez. Había visto la parte del Museo Municipal, que es una extensión con aspectos etnográficos que no cabían en las salas del Arqueológico abiertas al público. Sin embargo no encontraba la ocasión para visitar el grueso de la muestra, y eso que el Museo está enfrente de mi trabajo y que sabía que muchos de los objetos expuestos no volveré a tenerlos nunca tan cerca como para observarlos con detenimiento, y desde luego nunca en el orden en que los ha dispuesto el comisario, el profesor Luis Guillermo García Saúco, un experto en exposiciones antológicas sobre la ciudad. De modo que tuve que escaparme para romper la tela de araña y ya puedo decir que he visto, entre otras cosas, la acrotera del Salobral, del siglo I, que abre el tiempo anterior a los nombres conocidos con su mueca teatral y su penacho de arenisca. O a la mujer de Carlos V en tamaño natural, con piel de bronce, tal y como la esculpieron los Leoni para consolar al rey, que perdió en plena juventud, como nosotros, a la bella Isabel de Portugal, señora de Albacete. También he visto los pergaminos y los mapas por los que lentamente Albacete fue tomando conciencia de sí misma y obteniendo carta de naturaleza ante la historia. O los tres últimos edificios que han ido albergando las reuniones del concejo municipal, reproducidos en otras tantas maquetas que nos permiten examinarlos con detalle, sobre todo el de la plaza Mayor, que fue demolido en 1902 y que ha habido que reconstruir a partir de fotos. O el romancero de Agraz, o los ripios acrósticos que le dedicó a la mujer de Fernando VII un entusiasta y pelotillero Félix Herizo y Morales. Me he interpuesto entre las miradas de Felipe V y Carlos III, los dos reyes que impulsaron la Feria y que permanecen enfrentados en una de las salas. Por cierto, el de Felipe V, obra de Van Loo, descolgado del Museo del Prado para la ocasión. Y aunque la muestra está perfectamente organizada por eventos: el Albacete anterior a la provincia, el agua, la prensa, la iglesia…, hay un momento de ruptura en que los sentimientos nos arrastran hacia las pérdidas, hacia lo que ya no está y sin embargo proyecta su sombra sobre la ciudad que hoy conocemos: el convento de las Justinianas en el Altozano, el edificio de la Audiencia de Jareño en cuya misma ubicación han crecido otros dos sucesivos, la mano invisible que en 1631 escribió que aquellos objetos ocultos dentro de la Virgen de los Llanos eran la cabeza y el cuerpo de una talla más antigua todavía; las manos que manosearon las cartas para rifas; las monedas que fueron sustituyendo a las que perdían vigencia, siempre intercambiadas con parecida ilusión o picardía por distintas generaciones de albaceteños que acudían a la Feria septembrina. Incluso los trajes de campesinos y menestrales de siglos pasados parecen albergar todavía la respiración de sus dueños. Son sólo pinceladas escogidas de entre los infinitos detalles que componen esta reconstrucción de la historia de la Feria, la historia de una ciudad que hemos ido sustituyendo por otra, un pasadizo hacia el pasado por el que conviene aventurarse antes de que se cierre para siempre. Albacete Feria. Museos Arqueológico y Municipal de Albacete. Septiembre de 2010 a mediados de Enero de 2011.

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