Pre-textos, editar contra la incertidumbre


Aunque pueda sonarnos a broma, Manuel Borras y Manuel Ramírez dicen que a veces se juegan la vida en su trabajo. ¿Por qué? Por dar calabazas a muchos de los que les proponen un libro para publicar. “Tenemos que decir que no a más del 85 por ciento de los mecanoscritos que nos llegan. Este negarse, hiriendo lo menos posible la vanidad que todo creador lleva dentro, es el primero de los requisitos de un buen editor. Como es lógico, son muchos más. Borrás y Ramírez dirigen con Silvia Pratdesaba la editorial valenciana Pre-textos. La fundaron cuando aún eran estudiantes de filosofía. Se miraban entonces en el ejemplo de editoriales como Tusquets o Anagrama, a las que consideran sus hermanas mayores. De hecho fundaron Pre-textos el mismo año que vio la luz el diario El País, de modo que ya llevan 35 funcionando y en este tiempo han puesto en las librerías casi mil cien títulos distintos. Sin embargo, en España todavía cuesta entender su trabajo. Dice Borrás que aún le preguntan: ¿entonces es usted impresor? “No exactamente, aunque necesito de los impresores”. ¿Tiene una librería? “Pues tampoco, aunque también necesite a las librerías”. Observa que Latinoamérica es mucho más sensible a la figura del editor que nuestra España, pero ya se están preocupando los Pre-textos, como se les conoce en el mundillo, de impartir másteres para formar a futuros colegas. “Es que, si algo hemos echado de menos los editores en España es no haber aprendido en una escuela las distintas facetas del oficio, que es muy complejo y está lleno de matices. De todos modos, un máster de edición, aunque dure seis meses, sirve de poco si no se completa con años de prácticas”. Borrás aclara que hay dos tipos de editores, los literarios y los industriales y que, en contra de lo que podría pensarse, ambos son complementarios. “El mejor libro que puede publicar un editor es su propio catálogo, que es un coro polifónico y armonizado de libros. Lo que más cuesta es empezar. Al principio no tienes más remedio que ceñirte a un nicho muy reducido de autores, el que te dejan las editoriales que ya estaban ahí. En nuestro caso, además tuvimos que sortear la desaparecida censura ideológica; ahora no resulta más fácil sortear la censura económica”. Entusiasmo no les falta ni a la hora de explicar su trabajo ni a la de afrontarlo. Ni siquiera la omnipresente crisis les arredra: “Yo soy un optimista impertinente”, dice Borrás; “pienso que todos estos procedimientos modernos vienen en nuestra ayuda”. Se refiere, claro al famoso libro electrónico. “Es una pantallita, no un libro. A mí no me da miedo. Lo que me da miedo es la beligerancia con la que ha entrado en nuestras vidas”. Ramírez concreta más: “En todo soporte tecnológico hay un aspecto que sigue estando bajo sospecha, y la sospecha no se refiere al aparato, sino a quién va a controlar su uso; las multinacionales lo que quieren es vendérnoslo y controlar; los libros les importan un bledo”. Y Borrás retruca: “quieren crear la figura del verificador, que es el papel que ya jugamos los editores: garantizar que por ejemplo Tolstoi llegue completo a manos del lector; porque todas sus ediciones, hasta fecha reciente, se repetían con 40 y pico páginas menos por una censura eclesiástica; y no es ni de lejos el único caso”. También reivindican el papel de garantes de la calidad necesaria para publicar, el criterio de excelencia. Y a la vez, si se puede, descubrir escritores: “lo que más me pone como editor”, afirma Borrás. A los Pre-textos les preocupa el sistema de distribución en España:”Es una locura que las librerías reciban y devuelvan libros todos los días, en vez de una vez cada dos semanas o más, como en otros países. Eso impide que tengan libros de fondo, porque no les caben. Por eso vendemos tanto en las ferias”. Sólo un pacto hasta ahora imposible entre libreros y editores podría racionalizar el proceso. “De hecho”, termina Borrás, “yo siempre aconsejo, medio en broma, a mis alumnos de másteres que se hagan distribuidores en vez de editores y clarifiquen este caos”.

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