Nos dicen que vivimos en una democracia para hacernos creer que gobernamos nosotros, el pueblo. En realidad, o no somos el pueblo o no gobierna el pueblo, sino los aparatos de dos partidos políticos, el PSOE y el PP. Tenemos derecho a votar cada cuatro años, pero hemos de hacerlo entre los candidatos que han seleccionado ellos, en listas cerradas. Da igual lo mal que lo hagan, el uno en el gobierno y el otro en la oposición. De hecho, ya no pueden hacerlo peor ninguno de los dos. Pero les importa un pimiento. Juegan con la seguridad absoluta de que lo peor que puede ocurrirles es cambiarse los papeles y alternarse en el poder, igual que les ocurrió hace años a Cánovas y Sagasta, igual que ocurre en Estados Unidos con demócratas y republicanos. Aquí, el resto de partidos, salvo en las comunidades históricas que tienen sus nacionalistas, a lo más que pueden aspirar es a alguna silla en el Congreso que les permita hacer de bisagra de vez en cuando. En Israel, que algunos defienden como la única democracia en la zona ardiente de Asia Menor, ocurre algo parecido, aunque allí son varios los partidos que forman parte del gobierno y el presidente hace lo que puede para mantenerlos contentos. En esencia mantenerlos contentos significa mantenerlos unidos contra un enemigo común al que van machacando de forma sistemática e implacable. Todos los que apoyan, de la manera que sea, a ese enemigo común del gobierno israelí, se convierten a su vez automáticamente en enemigos contra los que está legitimada la impiedad, aunque sea, como ha ocurrido hace poco, para malograr unas negociaciones que amenazaban con introducir el veneno del diálogo. Para ellos el diálogo es enemigo del poder establecido. No importa que en este caso los enemigos fueran barcos internacionales cargados de esperanza para los habitantes de la Franja de Gaza. La tibieza con que todos los gobiernos y los organismos internacionales han respondido a la fechoría de Israel, demuestra que el gobierno hebreo los tiene perfectamente controlados a todos, más allá de esgrimir la bomba atómica, claro. El escenario internacional y el nacional parecen bajo el control del sentido común hasta que sucede un hecho como este que deja al descubierto los entresijos ocultos de la gran mentira. En España vivimos una experiencia similar hace unas semanas cuando uno de esos jueces que llaman conservadores desoyó todas las recomendaciones de la fiscalía y decidió por cuenta propia sentar a Garzón en el banquillo. ¿El delito? Haber interpretado que después de 35 años de la muerte de Franco es hora de permitir que los deudos de los fallecidos entierren en paz a sus muertos. Se dice pronto, 35 años. Claro, que todos sabemos que detrás de esta acusación y varias más contra el magistrado, lo que hay en realidad es una fuerte campaña del PP para evitarse algunas de las investigaciones de corrupción que tiene abiertas por el propio Garzón. De modo que, lo disfracen como quieran, la división de poderes que proponía Montesquieu en 1748 se sigue incumpliendo de forma manifiesta en esto que algunos consideran democracia moderna. La guerra soterrada que ha vivido el tribunal constitucional, incapaz de pronunciarse con respecto al estatuto de Catalunya, demuestra que las presiones de los otros poderes pesan demasiado sobre el judicial. Y pueden aturdirnos con palabrería y hasta con imaginería electrónica, pero los hechos están sobre el tapete. Ahora vendrá una montaña de charlatanería. En realidad nuestra democracia es una democracia electrónica en la que quien gobierna sobre los medios tiene las riendas del hipnotizador que obnubila a la masa. Tendremos deporte hasta en la sopa, por supuesto. El mundial de fútbol y sus sobrevaloradas ilusiones de que un grupo de deportistas saque al país a flote ganando un campeonato en el que sólo nos jugamos un puñado de emociones y muy poca realidad. Pero los líderes políticos sedicentes tienen que buscar agarraderos para seguir creando esperanza, su único y verdadero trabajo. Porque gestionar, gestionan poco unos y otros, presos como están de los aparatos de sus partidos que a su vez están presos de los verdaderos poderes, los económicos.
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