Trato de ponerme en la piel de un fan. Ya saben, de un seguidor entusiasta de cualquier persona o cosa. Una buena manera de medir la cantidad de fan que eres supongo que es tu disposición a colgar un póster en tu habitación de trabajo, pongamos por caso. Ya ni siquiera en tu alcoba. De acuerdo con ese rasero del póster, recuerdo tiempos en que podía considerarme un fan discreto del Che, tal vez de Neruda y su poema de amor número veinte, de Groucho Marx y alguna de sus agudezas. Antes lo fui del Athletic. Luego se me pasó el entusiasmo. Me hice mayor o me creí mayor y fui perdiendo la necesidad de extender en las paredes las personas o cosas a las que soy aficionado. Aquellos mitos se desgastaron, perdieron fuerza conforme conocí sus sombras. Eso no quiere decir que no haya gente a la que admire. Pero lo hago sin pasión y sin pósteres, discretamente. Aun así puedo ponerme en la piel de un fan. Puedo comprender a los que siguen a un deportista o a un equipo y andan agitando la bandera o sudando con la bufanda al cuello en el verano de los estadios. Los deportistas hacen vibrar, generan espectáculo, entusiasman. También los cantantes. Puedo entender a las muchachas que siguen a una banda o a un vocalista y se pirran cuando ven imágenes del tipo paseando y tararean sus canciones y las tienen grabadas en todas las versiones posibles. Digamos que me he acostumbrado a relativizar las cosas y que la falta de entusiasmo me incapacita para ser un fan, que viene del inglés fanatic y que en nuestro idioma se suaviza algo pero no lo suficiente para desprenderse de la pasión que ha de acompañarlo. No estoy con ellos pero, igual que el Adriano de Margarite Yourcenar, aunque no esté ya para montar a caballo, puedo recuperar las sensaciones del jinete porque ya las experimenté antes lo bastante como para entenderlas. Sin embargo, estoy intentando ponerme en la piel del fan de un político y no lo consigo. El otro día he leído que, en las redes sociales de internet, gente como Barreda y como Carmen Oliver, ofrecen a los que se asoman a sus perfiles la posibilidad de hacerse fan de ellos. Y me cuesta imaginar quién puede entusiasmarse tanto como para seguirlos con fotos y pedirles autógrafos y colgar su póster en las alcobas. Como dijo el torero Belmonte al escuchar a Ortega y Gasset describirse como filósofo, hay gente pa to. Habrá también fanes de Barreda y Oliver. Dice José Antonio Marina que el trabajo de un político es generar esperanza. Será un problema mío, pero hace mucho tiempo que la gente que conozco vota lo malo para evitar lo peor, obligada por la partitocracia imperante, sin ningún entusiasmo. En cambio, me han hecho reír, que el sentido del humor no lo pierdo. Como humoristas sí valen. Qué ingenuos.
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