No-Lugares


El verano es el paraíso de los no-lugares (el término lo acuñó Marc Augé). Lugares de paso donde uno se siente de paso, es decir, no termina de estar realmente, porque va a otro sitio. A poco que lo pensemos, descubriremos que todos los aeropuertos son iguales y que si nos taparan los ojos y nos depositaran en cualquiera de ellos, tardaríamos mucho tiempo en descubrir a qué ciudad del mundo pertenece. Además nos daremos cuenta de que los supermercados también son muy parecidos unos a otros. Tal vez sólo cambien algunas marcas y el rincón del laberinto donde se ocultan los alimentos básicos. Por lo demás, uno se siente en cualquiera de sus pasillos como en el supermercado de siempre, poco más o menos, envuelto por la misma musiquilla insulsa y el mismo sudor de búsqueda a pesar del aire acondicionado. Descubriremos que las autovías son carreteras intercambiables como los aeropuertos, sin más personalidad que las nubes que las sobrevuelan y algunos paisajes que se atisban en la lejanía y que parecen desdibujados por la velocidad. Al entrar y al salir adoptan la forma de un nudo de rotondas ante cada una de las cuales siente uno que ya la cruzó antes, como les pasa con las dunas a los perdidos en el desierto. ¿Y qué decir de las habitaciones de hotel y los apartamentos de playa? Los decoradores hacen grandes esfuerzos porque se diferencien, porque tengan un punto de distinción, y sin embargo nunca consiguen hacernos olvidar que estamos de paso. Habrá que dejar aparte, claro, las grandes suites, que por cuestiones profesionales o económicas, no sé bien, nunca he visitado y que tal vez consigan hacerle descender a uno a la tierra. Aunque mis dudas tengo. En fin, que las vacaciones de verano típicas consisten en atravesar un desierto de no-lugares que lo van despersonalizando a uno hasta convertirlo en una no-persona. El premio, el tesoro, consiste en pisotear y tal vez fotografiar un lugar idílico, lejano, anhelado. Un lugar que sólo existe en los sueños, los libros de texto de la infancia y ciertas vacaciones afortunadas. Uno no tiene más remedio que sentirse realizado al llegar, entre otras cosas porque necesita autoconvencerse de que se encuentra por fin en un lugar, después de vagar tanto tiempo por limbos semiborrosos. Por eso no es extraño que el verdadero sueño de un sedentario consista en viajar utilizando la propia casa como vehículo, como le sucede al anciano protagonista de Up, la última película de dibujos animados de la factoría Pixar. Desvincular la propia casa del suelo con un millar de globos y dejar que una tormenta te lleve en volandas al destino elegido. De ese modo, si el destino te defrauda, cosa siempre probable, te quedan tu sillón, tus libros, tus discos y tu cama. Tienes tu casa, el único lugar que tal vez merezca ese nombre.

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