No es lo mismo perder que desaparecer


Hace apenas tres meses, en marzo, el Club Voleibol Albacete viajó a la ciudad italiana de Jesi a jugar la final four de la copa Challenge femenina, equivalente a la copa de la UEFA. Aunque fuera a través de los medios de comunicación, todos viajamos un poco con ellas, que se enfrentaron al Panathinaikos griego y al Leningradka ruso (también estaba el Monteschiavo italiano). Era un nuevo hito de este equipo que lleva dieciocho años codeándose con la élite del voleibol femenino de nuestro país y que ya consiguió el doblete (liga española y copa de la reina) en el año 96. Pues bien, sólo tres meses más tarde, la presidenta y la tesorera del equipo, ambas cariacontecidas, anuncian con más clase, pero en resumidas cuentas, que no hay modo de sacar los cuartos que hacen falta para seguir, que están cansadas de mendigar sin fruto (salvo contadas excepciones) entre las empresas privadas de la ciudad y que se rinden.

Entonces llega el momento de hacerse la pregunta: ¿qué cambia en una ciudad cuando desaparece el único equipo deportivo que figuraba en la élite? Porque, no nos engañemos, los demás son de segunda, de tercera, cuarta y así sucesivamente. Pierden desde luego las jugadoras, las que viven de esto y tienen que buscarse la vida en otra parte. Pierden las futuras jugadoras, las chavalas que juegan en los equipos de la cantera, que ya no tienen un referente al que ver en vivo cada fin de semana. Pierden los pocos centenares de espectadores fieles que solían sentarse casi siempre en las mismas localidades, que vibraban con la pelea del equipo y que se levantaban a aplaudir al terminar, fuese cual fuese el resultado. Pierde la ciudad, que deja de pasear su nombre más allá de sus estrechas fronteras. Pierde el pabellón del Parque, que se queda sin el clamor de las tardes de los sábados.

Cuando algo se esfuma, todos perdemos; cada vez que tocan las campanas, tocan por todos nosotros, como decía Hemingway. Pero ¿qué perdemos? ¿La energía que desplegaba un reducido grupo de luchadores, el capitaneado por la presidenta Teresa Ruiz? Sin duda. No olvidemos que desde hace dos mil años la minúscula aldea de Astérix sigue impidiendo que el imperio romano domine la Galia. Imagínense qué pasaría si, hartos de frustraciones, de ser tratados con desconsideración por los mismos galos, Abraracúrcix y sus bravos se rindieran. Exacto. Dejaríamos de disfrutar del control y de los dedos de seda de Sara, la colocadora canaria; de la plástica, el carisma y los remates de Diana, la capitana; de la dirección de equipo de Chema Rodríguez. En una palabra, que la Galia sería dominada de cabo a rabo por el fútbol masculino donde el dinero corre más que quienes lo practican.

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