Competencia matemática


El profesor de matemáticas utiliza un material para cuyo traslado se necesitan tres personas. Hay un cubo con arena, varios recipientes más o menos exóticos, dos rosarios, uno de ellos enorme, una colección de conchas de mar, un ordenador tan pesado como el cubo de arena. Lleva tantas cosas que en vez de un profesor de matemáticas parece un buhonero. Y en cierta manera lo es. Dirk Huylebrouck viaja por el mundo vendiendo entusiasmo por las matemáticas. Uno no acaba de creérselo hasta que no lo ve en acción gesticulando ante un auditorio de alumnos de bachillerato del instituto Sabuco. Les habla en inglés, pero da lo mismo, ahí están todos atentos, sin perderse ripio, como si asistieran a la actuación de un prestidigitador. Que también lo es.

Su empeño es demostrar que las matemáticas están allí donde se mueve el ser humano, en todas sus actividades. Están en los adornos de la ropa de vestir y en nuestras casas y en nuestra manera de agruparnos. Y no desde ahora, sino desde los tiempos en que ni siquiera se había inventado la escritura. Hace veinte mil años, en África, nuestros antepasados ya contaban utilizando el dedo gordo y posándolo en cada una de las tres falanges de los restantes dedos de la mano. Es decir, utilizaban como base la docena. Y probablemente fueran las mujeres las que emplearan unos huesos marcados con muescas para llevar las cuentas de su ciclo menstrual. Unos huesos que se encontraron en Isangho, en el nacimiento del Nilo, en los años cincuenta, y que sólo últimamente hemos sabido, gracias entre otros a Huylebrouck, que eran herramientas de contar, una especie de primitivos ábacos.

Todo esto lo hemos sabido esta semana, gracias a este matemático belga, empeñado en desacralizar las matemáticas. Hay una corriente educativa en Europa que defiende que lo importante no es tanto saber cosas, como saber hacer cosas. En países como Finlandia, líder de los resultados en el informe Pisa, toda la educación está enfocada de este modo. En España aún nos estamos sacudiendo la obsesión de que ir al colegio es ir a almacenar conceptos, a memorizarlos, muchas veces sin saber para qué sirven y sin relacionar los de unas disciplinas con otras. Aquí la corriente fluye en una sola dirección: el profesor explica lo que sabe, o lo que cree que sabe, o lo que cree que sabe explicar. Generaciones y generaciones hemos estudiado así las matemáticas, la historia, la lengua y hasta la educación física.

Ahora a los docentes nos están intentando cambiar la mentalidad. A enseñar a hacer cosas le llaman educar con competencias. Será un proceso largo que apenas acaba de empezar. Uno no lo terminaba de ver claro hasta que llegó Dirk Huylebrouck y nos dio una lección magistral. Todo junto: poesía, trabajos manuales, etnografía, expresión corporal, inglés y hasta algún que otro chiste ilustran las matemáticas. Las mezclan con la vida. Uno las ve, las toca, las siente, usa los sentidos, aprende. El tipo es un reputado investigador, imparte clases en las universidades de Gante y de Bruselas, aunque también se relaciona con universidades africanas, portuguesas y norteamericanas, mantiene una columna en la más prestigiosa revista de matemáticas del mundo. Sin embargo, vino a Albacete gratis, con una generosidad inverosímil en estos tiempos de intereses, sólo a dar una clase a los alumnos de bachillerato de su amiga Antonia Redondo. La accesibilidad de los responsables de Humanidades permitió que también aprovechase el viaje para dar una clase en nuestra Universidad. Una hermosa lección que se nos queda en la retina y en el corazón. Esto es sembrar.

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