Tal como la conocemos, la vida consciente es una sucesión de pequeñas sensaciones. Creemos que pensamos, pero en realidad es el pensamiento el que nos piensa a nosotros. Cómo capturar este flujo interminable, cómo detenerlo para recrearnos en algunos momentos particularmente amables de su transcurso. La fotografía es un modo. Nos asomamos a viejas instantáneas con la curiosidad de quien se asoma a un escaparate que contiene la luz detenida de lo que fuimos, o de lo que fueron otras personas. Estudiamos los rasgos, las arrugas en los rostros, los objetos, las paredes que nos rodean, con el afán de estar dentro y no fuera de aquella situación. Sin embargo, la fotografía no puede contenernos ya. Es sólo eso, un escaparate bastante fidedigno de lo que pasó y está acabado.
Hay otro modo de volver. En realidad no es un regreso, es una reconstrucción de lo sucedido. El tiempo jamás pasa dos veces por el mismo lugar. Pero nosotros podemos experimentar dos veces la misma emoción, o una tan similar que nos parece la misma. Son las palabras las que contienen la sabia capaz de volver a emocionarnos. Las palabras, sus contenidos mágicos, que lo son sin que nos percatemos de ellos. Del modo simple con que decimos caballo y se dibuja en nuestra mente un animal de cuatro patas que relincha y que tal vez esté montado por un vaquero del oeste o galopando con las crines revueltas por un paraje de lomas. Las palabras nos adentran en sus significados, y bien dispuestas, dotadas de un orden y un ritmo convenientes, son capaces de involucrarnos de nuevo en sensaciones casi olvidadas, que ni siquiera estamos seguros de haber experimentado antes. Esto es poesía.
Pues bien, hay un subgénero, dentro de la poesía, que se parece mucho a la fotografía, que tiene casi una conexión directa con ella. Atrapa una secuencia del vivir, un instante fugaz, en versos de 5, 7 y 5 sílabas respectivamente. Me estoy refiriendo al haiku, una estrofa de origen japonés que no persigue lucimientos ni retóricas, sólo capturar un instante, como se atrapa viva a una mariposa. Si está logrado, resulta tan sencillo que parece la observación de un niño, de alguien que, desde luego, no tiene prisa, sino alma. “Junto al bullicio / del tráfico, la fuente / pequeña canta” dice la extraordinaria Susana Benet en uno de los haikus de su libro Lluvia menuda. En otro nos devuelve íntegra la infancia: “A cada vuelta / del tiovivo, mi padre / diciendo adiós”. El que no cierra los ojos para saborear estas imágenes como si fueran caramelos es que ha perdido de vista la vida. Alehop, un buen haiku y aquí está otra vez.
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