Olvido García Valdés



Cada poeta escribe en un tono que no siempre coincide con su tono vital. La poesía es su manera de estar solo, como la definió Pessoa. Por eso muchas veces te sorprende conocer al poeta que has leído, tan diferente a la persona que te imaginabas en sus versos. No son personas distintas, pero pertenecen a facetas diferentes de la misma persona. Los poemas de Olvido García Valdés hablan de frío, de noche, de soledad, de muerte; es su estilo dominante de escritura. Además los lee con un susurro, con voz sonámbula, absorta. La sala se va llenando de un silencio que pesa como si la luz se agotara lentamente: “aire o cielo / no para respirar”. Y comprendes que la tristeza, aunque sólo usemos esta palabra para designarla, está llena de matices, de gradaciones que hacen que no existan dos tristezas iguales: “La forma de la tristeza no tiene olor, no suena”.
A Olvido García Valdés le gusta el negro. Tal vez sea una coincidencia, pero siempre la he visto vestida con ese color y usa unas gafas de montura negra. Dentro sus ojos se mueven engrandecidos, miran con respetuosa distancia: “alimento para los ojos, corazón quebrantado”. Le gusta el negro. “Me da miedo la luz, lo quieto de la luz, el hueso de tu sien contra la mía”. Sobrevuela muchas de sus piezas el símbolo del cuervo y sin embargo su inspiración bebe en los paisajes encendidos, casi siempre de su tierra asturiana, y en muchas ocasiones en el arte visual. Un libro suyo, Caza nocturna, creció a partir de tres pintores tan diferentes como Gorky, Uccello y Malevich.
Su poesía busca calor en la tristeza, luz en la oscuridad, pero en cuanto apaga el micrófono y se apea del estrado, se relaja, conversa, ríe, es otra. Nos ha dicho que se sintió poeta (lo prefiere a poetisa) en la adolescencia: aprendió a encerrarse en esa soledad, que no es melancolía sino intensidad del sentimiento, pero sin renunciar a ser una chica de su edad. Un poeta no es un raro, es alguien que tiene una manera diferente de estar solo. Se declara lectora un poco obsesiva. Las lecturas tienen épocas y ella ha vivido periodos febriles con Artaud, con San Juan de la Cruz, con Emily Dickinson, con Gamoneda… Iba pasando a otro cuando se saturaba del anterior, aunque no cree que saturarse sea la palabra más apropiada para describir la necesidad de cambiar de libro de cabecera.
Asegura que su taller de escritura es su cuaderno, una especie de diario azaroso al que confía versos, pero también reflexiones e impresiones cotidianas. Algunas de ellas las ha reunido en las últimas quince páginas del volumen de su poesía reunida, editado por Círculo de lectores y Galaxia Gutenberg bajo el título de Esa polilla que delante de mí revolotea. Sale a defender su poesía en cuanto percibe un leve aire de crítica: “se habla de que es abstracta; yo siempre digo lo contrario, que es de una gran concreción”. Nace de una impresión, se alimenta de la vida y mezcla reflexión, descripción, sueños, vigilia. El poema queda en la carpeta y lo va trabajando; “trabajarlos en general en mi significa descargarlos. He visto que a los pintores también les pasa eso. Sólo está terminado cuando no necesito tocarlo más”. El salón de Grados de Humanidades queda envuelto en un silencio teñido por sus versos, “Algunas piedras almacenan luz”, pero nosotros regresamos a la calle y Olvido vuelve a reír.

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