“Soy un poeta cerebral”, se define Jaime Siles. Y asegura que esta condición requiere de un gran entrenamiento perceptivo: “yo siempre estoy entrenando los sentidos”. Le pregunto cómo lo hace, cómo se entrenan los sentidos para la poesía, a lo mejor traduciendo a otros poetas en cualquiera de las ocho lenguas que domina. “No, eso también ayuda desde luego. Pero yo me entreno estudiando a los clásicos, viendo exposiciones, viajando, analizando lo que escribieron otros antes que yo”. Y añade que así es como escribían los autores de la antigüedad, en los tiempos en que había dos filosofías de la creación: la imitatio (o imitación de los modelos) y la emulatio (que es el afán por superarlos, por echar un pulso con ellos tratando el mismo tema que ellos trataron). “Ese es mi ideal de poesía”.
Resulta difícil separar en Siles su faceta de eminente profesor de tantas universidades de España y Centroeuropa y su faceta de poeta. Pero él afirma sin dudarlo que todos sus estudios, todos sus ensayos y clases son una excusa para escribir poesía; los elige antes que nada para preparar sus poemas, que es lo que más le importa. Luego, al leerlas ante un auditorio, las enriquece explicando el proceso que siguió cada una de ellas para llegar a la vida, el recorrido de mitos y de hitos culturales, pero también de anécdotas y de viajes que fueron forjándolas hasta que alcanzaron la forma con la que las enuncia, cambiando el tono de pronto, poniéndose rítmico. El resultado es una clase magistral de absoluta amenidad.
Se siente tan a gusto en el estrado que, cuando Valentín Carcelén, dejándose llevar por el chaparrón de aplausos, sugiere cerrar la sesión, él rompe el protocolo y da las gracias, pero para retar al público a que le hagan más preguntas. Y aprovecha el silencio que se ha creado, el halo de admiración que se palpa en el ambiente, para introducir algunos párrafos teóricos que subrayan su visión de la escritura: la identidad es fruto de la palabra y lo que hace el poema es romper la cadena de pensamientos que constituyen la identidad y crear durante el tiempo que dura esta sucesión de palabras que es el poema una nueva identidad, no sólo para el que lo ha escrito, también, e incluso especialmente para el que lo lee.
Y fuera del estrado despliega otra vez ese fascinante arsenal de anécdotas y de conocimientos que ha ido reuniendo con los años, ganando premios, impartiendo clases, pero sobre todo estudiando. “Dice mi hijo mayor que soy la única persona que conoce que es feliz haciendo lo que le gusta, que es estudiar, sin percatarse del paso de las horas”. Y sonríe, satisfecho. Ahora ejerce de catedrático en la Universidad de Valencia y concentra todas sus clases y tutorías en un solo día de la semana, para dedicar el resto a estudiar. Pero antes tuvo que pasar trece años volando todas las semanas a Zurich, cuando era profesor de aquella Universidad, trece años en los que sólo consiguió cerrar un libro de poemas.
Ahora anda completando cuatro a la vez, con distintos personajes poéticos. El proceso nace con los poemas, tres o cuatro que le marcan el camino sobre el que profundizar, estudiando todo lo que pueda enriquecerlo. Entre sus modelos cuenta que Velázquez tenía una biblioteca personal mayor que la de Lope de Vega y que cuando le encargaron pintar Las Lanzas, pidió que le trajeran todos los cuadros sobre rendiciones de ciudades de los que tenía referencia, para analizarlos y componer su obra. “Por eso el rey decía que era tan lento”.
Resulta difícil separar en Siles su faceta de eminente profesor de tantas universidades de España y Centroeuropa y su faceta de poeta. Pero él afirma sin dudarlo que todos sus estudios, todos sus ensayos y clases son una excusa para escribir poesía; los elige antes que nada para preparar sus poemas, que es lo que más le importa. Luego, al leerlas ante un auditorio, las enriquece explicando el proceso que siguió cada una de ellas para llegar a la vida, el recorrido de mitos y de hitos culturales, pero también de anécdotas y de viajes que fueron forjándolas hasta que alcanzaron la forma con la que las enuncia, cambiando el tono de pronto, poniéndose rítmico. El resultado es una clase magistral de absoluta amenidad.
Se siente tan a gusto en el estrado que, cuando Valentín Carcelén, dejándose llevar por el chaparrón de aplausos, sugiere cerrar la sesión, él rompe el protocolo y da las gracias, pero para retar al público a que le hagan más preguntas. Y aprovecha el silencio que se ha creado, el halo de admiración que se palpa en el ambiente, para introducir algunos párrafos teóricos que subrayan su visión de la escritura: la identidad es fruto de la palabra y lo que hace el poema es romper la cadena de pensamientos que constituyen la identidad y crear durante el tiempo que dura esta sucesión de palabras que es el poema una nueva identidad, no sólo para el que lo ha escrito, también, e incluso especialmente para el que lo lee.
Y fuera del estrado despliega otra vez ese fascinante arsenal de anécdotas y de conocimientos que ha ido reuniendo con los años, ganando premios, impartiendo clases, pero sobre todo estudiando. “Dice mi hijo mayor que soy la única persona que conoce que es feliz haciendo lo que le gusta, que es estudiar, sin percatarse del paso de las horas”. Y sonríe, satisfecho. Ahora ejerce de catedrático en la Universidad de Valencia y concentra todas sus clases y tutorías en un solo día de la semana, para dedicar el resto a estudiar. Pero antes tuvo que pasar trece años volando todas las semanas a Zurich, cuando era profesor de aquella Universidad, trece años en los que sólo consiguió cerrar un libro de poemas.
Ahora anda completando cuatro a la vez, con distintos personajes poéticos. El proceso nace con los poemas, tres o cuatro que le marcan el camino sobre el que profundizar, estudiando todo lo que pueda enriquecerlo. Entre sus modelos cuenta que Velázquez tenía una biblioteca personal mayor que la de Lope de Vega y que cuando le encargaron pintar Las Lanzas, pidió que le trajeran todos los cuadros sobre rendiciones de ciudades de los que tenía referencia, para analizarlos y componer su obra. “Por eso el rey decía que era tan lento”.
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