Durante unas horas tuve la sensación de que se trataba de otro sueño, pero finalmente pude comprobar en los periódicos que no, que Joseba Etxeberría se ha ofrecido a jugar gratis el último año de su carrera en el Athletic Club de Bilbao. “Una decisión sin precedentes”, celebra con la boca llena el presidente Macua. Por supuesto. Y el propio jugador asegura que se lo ha explicado a sus compañeros y que estos lo han entendido, lo que admite la interpretación de que unos lo han entendido más que otros. Al fin y al cabo, la carrera del futbolista es breve, y por mucho que sea el cariño que se ha recibido del club, aunque el club sea un club tan endogámico como el Bilbao, o precisamente por eso, siempre quedará abierta, y creando para otros una incómoda corriente, esta puerta que acaba de franquear Etxeberría, la de jugar toda una temporada “sin ningún coste para el Club”, que es la manera sibilina que han tenido de contarlo a los medios. Como si la palabra “gratis” tuviera los mismos peligros de malinterpretación que algunos han atribuido últimamente a la palabra “crisis”.
Se equivoca profundamente mi admirado Etxeberría. Le hubiera bastado con pensárselo dos veces, con haber leído u oído hablar del Mairena de Antonio Machado, que advertía con tiempo aquello de que sólo el necio confunde valor y precio. No, el necio no es el extremo guipuzcoano, sino la sociedad en la que juega. Jacques Cousteau actualizó en la segunda parte del siglo XX la agudeza de Machado: “en este mundo en que vivimos, lo que no tiene valor, no tiene precio”. Después de los aplausos y de las celebraciones por su generosidad, cuando todos hayan interiorizado que el chavalote correrá la banda sin costes para el club, lo normal es que el entrenador lo deje en el banquillo. Si no cobras, es como si valieras menos. Marcas goles más invisibles que si le cuestas un potosí a las arcas de tu equipo.
Con la cultura pasa algo parecido. Me contaba el maestro Sarrión que hace años, cuando Manuel Luna y otros estudiosos del folclore recorrían los pueblos perdidos en busca de viejos que les enseñaran letrillas o entonaran nuevas jotas, se toparon con uno que se les enfrentó con los brazos en jarra. “Yo soy el depositario de un saber ancestral”, les repuso el avispado anciano, “pero sois vosotros los que os coméis los bocadillos y cantáis por las plazas; de modo que si no participo de esas bullangas, no hay trato”. La vida le había enseñado más de lo que creía saber, al revés que les sucede a nuestros escolares, que cargan en sus mochilas un quintal entre libros y libretas, un saber externo que les doblega el espinazo, pero que no siempre termina ocupando el espacio sigiloso que ocupa el verdadero saber, el de Sócrates, que no se notaba lo que sabía, sino los huecos que le quedaban por llenar.
A sus 32 años, el extremo del Athletic dice que jugará gratis para agradecer el cariño que ha recibido del club al que llegó a los 17. Por él litigaron entonces la Real Sociedad, de la que procedía y que no quería dejarle ir, y el Bilbao, que se hizo con sus servicios y que ha disfrutado de sus escapadas y de sus goles durante tres largos lustros. Tal vez sea este origen bélico lo que quiera purgar jugando gratis. Ojalá me equivoque y su entrenador le dé cancha este último año. No comparto su decisión, pero no puedo criticarle. Yo en su lugar hubiera hecho lo mismo. De hecho, me he ofrecido varias veces, pero no me querían. Ni gratis.
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