¿Cuántos deportistas ha aportado Albacete a los Juegos Olímpicos? No digo ya que aspirasen a medalla, digo que simplemente compitieran como relleno, haciendo bulto, para hacer buena la legendaria frase del barón de Coubertin de que lo importante es participar. Me suena que de la comunidad castellano-manchega han acudido unos quince, de los cuales ninguno procedía de nuestra provincia. Tal vez el dato merezca una reflexión, precedida por la pregunta de si sirve para algo tener algún representante en una Olimpiada. Los Juegos se llaman así precisamente porque en su espíritu no persiguen mayor trascendencia que esa, la de participar, la de medirse, aunque haya dictaduras y pseudodemocracias que intenten lavar con medallas su mala conciencia política. Y aunque al final todos (incluso los menos amantes del deporte) hayamos echado un vistazo cada mañana al medallero español a ver si había engordado siquiera con un bronce durante nuestro sueño.
Igual que la zorra se autoconvencía de que las uvas estaban verdes, hay mil excusas a mano. Es verdad que unos Juegos Olímpicos no son un reto sencillo, sino un acontecimiento mundial al que acude la élite de los deportistas de cada especialidad. Como es lógico, los países con mayor número de habitantes tienen mayores probabilidades de contar con atletas fuera de serie, como certifica el medallero encabezado por la multitudinaria China, la inabarcable Estados Unidos o la vasta Rusia. Además nuestro pecado no es el nacionalismo: uno se identifica sin querer con deportistas españoles, cualquiera que sea su procedencia y especialidad, aunque no sean de Albacete. Estamos acostumbrados. Por otro lado es sabido que los deportes de competición someten al organismo a un estrés malsano, cuando no deforman directamente la anatomía, y eso no se lo deseamos a nuestros próximos.
Pero una vez desgranadas las excusas más socorridas, atendamos al sentido común: hay países con menos habitantes que España que han conseguido muchas medallas, como es el caso de Holanda o de Cuba. No es imprescindible por tanto ser muchos, basta con estar bien organizados. Y una buena técnica y un juicioso seguimiento médico minimizan los riesgos. ¿Para qué? Bueno, a quién le amarga el dulce de recibir a un héroe olímpico, de nombrarlo hijo pródigo del municipio, de dedicarle una calle y de tenerlo como referente y (si hay suerte) como maestro de los niños que lo admiran y quieren emularlo. El entrenador holandés de la selección española de hockey hierba (plata) ha agradecido el éxito de su equipo a las empresas que han empleado a sus jugadores, concediéndoles los permisos necesario para entrenarse, y beneficiándose a cambio de su disciplina, responsabilidad, mentalidad de equipo y por supuesto de su prestigio.
Porque se trata de jugar, pero también de hacerlo bien, de ser capaces. Coubertin dijo en realidad que hay que participar “para ganar”. Quizá haya que empezar preguntándose si existe una ambición juiciosa entre nosotros. Fermín Cacho, el oro de los 1.500 metros en Barcelona 92, ha acusado a nuestros atletas (de atletismo) en Pekín de falta de ambición (la de colocarse entre los primeros, la de marcar al favorito y atacar en la última vuelta, en vez de colocarse atrás y esperar un milagro). Cuando digo ambición juiciosa, quiero decir organizada. Una provincia que tiene un equipo de voleibol femenino y uno de fútbol sala masculino penando entre la élite por falta de apoyos, una provincia donde no hay vida más allá del fútbol no tiene representación olímpica. Es posible cambiarlo. ¿cómo? Desde la educación, por supuesto, desde la política, desde las federaciones, desde la modernidad empresarial. Requiere un trabajo en equipo que cambie este ir cada uno por su lado hacia ninguna parte.
Igual que la zorra se autoconvencía de que las uvas estaban verdes, hay mil excusas a mano. Es verdad que unos Juegos Olímpicos no son un reto sencillo, sino un acontecimiento mundial al que acude la élite de los deportistas de cada especialidad. Como es lógico, los países con mayor número de habitantes tienen mayores probabilidades de contar con atletas fuera de serie, como certifica el medallero encabezado por la multitudinaria China, la inabarcable Estados Unidos o la vasta Rusia. Además nuestro pecado no es el nacionalismo: uno se identifica sin querer con deportistas españoles, cualquiera que sea su procedencia y especialidad, aunque no sean de Albacete. Estamos acostumbrados. Por otro lado es sabido que los deportes de competición someten al organismo a un estrés malsano, cuando no deforman directamente la anatomía, y eso no se lo deseamos a nuestros próximos.
Pero una vez desgranadas las excusas más socorridas, atendamos al sentido común: hay países con menos habitantes que España que han conseguido muchas medallas, como es el caso de Holanda o de Cuba. No es imprescindible por tanto ser muchos, basta con estar bien organizados. Y una buena técnica y un juicioso seguimiento médico minimizan los riesgos. ¿Para qué? Bueno, a quién le amarga el dulce de recibir a un héroe olímpico, de nombrarlo hijo pródigo del municipio, de dedicarle una calle y de tenerlo como referente y (si hay suerte) como maestro de los niños que lo admiran y quieren emularlo. El entrenador holandés de la selección española de hockey hierba (plata) ha agradecido el éxito de su equipo a las empresas que han empleado a sus jugadores, concediéndoles los permisos necesario para entrenarse, y beneficiándose a cambio de su disciplina, responsabilidad, mentalidad de equipo y por supuesto de su prestigio.
Porque se trata de jugar, pero también de hacerlo bien, de ser capaces. Coubertin dijo en realidad que hay que participar “para ganar”. Quizá haya que empezar preguntándose si existe una ambición juiciosa entre nosotros. Fermín Cacho, el oro de los 1.500 metros en Barcelona 92, ha acusado a nuestros atletas (de atletismo) en Pekín de falta de ambición (la de colocarse entre los primeros, la de marcar al favorito y atacar en la última vuelta, en vez de colocarse atrás y esperar un milagro). Cuando digo ambición juiciosa, quiero decir organizada. Una provincia que tiene un equipo de voleibol femenino y uno de fútbol sala masculino penando entre la élite por falta de apoyos, una provincia donde no hay vida más allá del fútbol no tiene representación olímpica. Es posible cambiarlo. ¿cómo? Desde la educación, por supuesto, desde la política, desde las federaciones, desde la modernidad empresarial. Requiere un trabajo en equipo que cambie este ir cada uno por su lado hacia ninguna parte.
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