David González: La canción de la luciérnaga

DAVID GONZÁLEZ
La canción de la luciérnaga
Páramo, Valladolid, 2023

«Como casi siempre / en esta vida fea y gris // la luz / la tendremos que poner / nosotros
».

A David González (San Andrés de los Tacones, Gijón, 1964-2023) le hubiera emocionado mucho la resonancia que ha tenido su muerte, los muchos amigos y admiradores que se han manifestado recordándole. Él se quejaba de que su poesía no se valorase. Era un bohemio en unos tiempos en que la bohemia sigue existiendo, pero más desatendida y subterránea que nunca. Contaba que se había hecho poeta en la cárcel y escribía a la manera de Bukowski, haciendo de su lucha por salir adelante un poema diario. En su libro La canción de la luciérnaga, que no llega a ser póstumo porque la familia, el editor y la imprenta se conjuraron para que tocase al menos un ejemplar antes de morir, cuenta que «la poesía / es todo aquello que te deja / cicatrices / en el alma, / en la piel y / por supuesto // en el corazón». En definitiva, su poesía era su vida. Hablaba de ella con franqueza, iba al grano, lo que no quiere decir que escribiera a vuelapluma. Había conseguido una aparente sencillez (que diría Borges) reelaborando la experiencia a través de símbolos como el revólver colt 45 que llevaba tatuado en el hombro derecho o el saco de boxeo que le regalaron de niño. Pero también las ballenas blancas glaciares o los oasis del desierto, cualquier elemento que le permitiera describirse como un derrotado que reina en la ironía de los versos. En «Centrifugado» dice: «Y entonces / se estropea / la lavadora: // la única / que me hacía sentir / limpio». El descreimiento era su tema, pero había desarrollado una gran habilidad para esquivar el patetismo. «Una causa, Ainhoa, / no está perdida / hasta que nadie / lucha por ella». Así iba el libro, bien encauzado, cuando le diagnosticaron el cáncer de esófago y la noticia se adueño de su vida y del poemario. Ya no se sentía en el mundo de los vivos, aunque tampoco en el de los muertos. Y añadía que «la vida, / aunque muchas veces nos lo parezca, / no es una guerra. / Así pues: a qué o a quíén / enviarle mi bandera blanca». Acabó con otro símbolo, la palabra fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Puedes expresar tu opinión sobre este artículo