Natalia Sosa Ayala: Soy éxodo y llegada

NATALIA SOSA
Soy éxodo y llegada
Colección Torremozas, Madrid, 2021

«Yo no puedo esconder más el fracaso / de haber nacido mujer y femenina. Soy un ser pequeño, / me parezco a los perros de la calle, / llevo de ellos la misma, eterna, melancolía».

Con buen criterio, Blanca Hernández Quintana ha escogido los tres últimos poemarios de Natalia Sosa Ayala (Gran Canaria, 1938-2000) para resumir su obra. Pertenecen a los años 90 del siglo pasado, cuando la poeta ya había quedado hemipléjica. Y son muy diferentes. El primero, Diciembre (1992) es sin duda el mejor. Exhibe un desparpajo deslumbrante, con un toque modernista. Canta a la naturaleza, al mar omnipresente, al sol, a las plantas a las que consagró sus cuidados: «¡Qué importa si la brisa por mi espalda desliza / su canto wagneriano!». Impera un tono autocompasivo, que se irá ensombreciendo poco a poco, pero todavía hay energías para elevarse en el ideal: «Oh, amante, tenme lejos del mundo / en la luz de tu seno». También hay energías para esgrimir la rabia en poemas como el estremecedor «No estar»: «No estar es la palabra radical que conozco, / los primeros signos que aprendí siendo niña / en todos los contornos / y en las esquinas todas». Sosa se siente aislada por la enfermedad, por ser mujer, por su lesbianismo, y exorciza todas las críticas, las que la acusan de indolente, las que la silencian, las que la llaman loca: «La locura es el supremo esfuerzo de vivir / más allá de todo lo infinito». Como contrapunto, en «Ella, mi madre» derrama su ternura. Las piezas escritas entre 1996-97 componen una segunda parte becqueriana, la más floja aunque destaque algún poema como «Instante», y sobre todo destellos: «Ante el espejo, / mañana tras mañana, / observo a una mujer que no conozco, / de vacilante mirar, / de pelo blanco». Finalmente, el tercer libro que se publicó tres años después su muerte, se titula Los poemas de una mujer apátrida, y está consagrado con plena convicción a explicarse a sí misma y explicar al mundo por qué no se siente de ningún lugar: «la sed de esa familia que no tengo / yo la calmo / volviéndome colono / de la inexistente patria que recorro».

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