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Aguada de Susana Benet que forma parte del libro SUSANA BENET Falsa primavera Libros Cal y Canto, Jerez, 2021 |
«La trama está servida y el destino / fijado de antemano. / El
tiempo que me otorgan es tan breve / que incita a la codicia».
La valenciana
Susana Benet (1950) inició con
Faro del bosque en 2006 una sucesión de colecciones
de haikus que la convirtieron en una de las más aclamadas especialistas
españolas en el género. Luego, poco a poco, fue adentrándose en la poesía
convencional con
La durmiente (2013) y
Don de la noche (2018).
Sus poemas y sus haikus comparten su mirada minuciosa, su amor por las cosas
pequeñas, su condición urbana. A menudo nos sorprende con contrastes dramáticos
en los que solo alguien con su entrenamiento y sensibilidad parece fijarse,
como esa flor púrpura que es «tan pequeña y humilde y, sin embargo, / al fondo
del abismo, el poderoso mar, / tendiéndose a sus pies, / con su elevado canto
la acompaña». En este último libro,
Falsa primavera, Benet profundiza en
un tema que ya estaba presente en su obra, pero de forma atenuada: la sensación
de que el tiempo se acorta y que el destino empuja inapelable. Es primavera,
pero no del todo. «Por mucho que me esfuerce, / no encontraré la calma / de la
que fui arrojada, ni podré / silenciar tantas voces / que conmigo, esta noche,
han despertado». Consigue aun así sobreponerse, salvarse y salvarnos a los
lectores con una habilidad que nos recuerda la de su maestro y amigo José Luis
Parra, una influencia privilegiada: «Qué despacio regresan / a las ramas / las
incipientes hojas, / las diminutas flores. // Y cómo crece entonces / de pronto,
en mi interior, / la rara flor / de la alegría». Su voz de mujer tiene sin
embargo un timbre personalísimo que resalta las flores del jardín y nos
devuelve vívida la infancia: «saltando charcos / voy al colegio y vuelvo /
saltando charcos». También en el poema «Y cada noche». Conviene además leer,
por antológico, el poema titulado «Madre», un canto a la vida que junta tres
generaciones en unas pocas palabras. «No puedo ver su rostro, / pero sé que
posee / el rostro de las madres / pacientes, que se inclinan / como se inclina
el árbol / al sostener sus frutos».
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