Fernando Quiñones: Muchos que me viven

FERNANDO QUIÑONES
Muchos que me viven
(Antología poética, 1957-1998)

Edición de Ricardo Álamo
Renacimiento, Sevilla, 2023

«Cuando pasó la poesía / es cuando más nos llega».

Para recuperar el nombre y la obra poética de Fernando Quiñones (Chiclana de la Frontera, 1930- Cádiz, 1998), Ricardo Álamo ha espigado un puñado de sus poemas en Muchos que me viven. Asegura que se ha dejado llevar por la emoción. Nos rescata un poeta desatendido por haber abarcado demasiado. Porque Quiñones fue un hombre múltiple, un escritor múltiple y un poeta múltiple. El título de la antología es muy certero. A partir de Las crónicas de mar y tierra (1968), Quiñones anunció que se desligaba del intimismo para emprender una poesía híbrida de citas y géneros, con un afán épico y narrativo: «Solo dándome hasta el fondo podrían los demás reconocerse / a sí mismos». No obstante, su vocación abarcadora venía de atrás. José Hierro la señaló en el poema “Veloz” («Tenso, dispuesto sobre el mundo inerme / igual que las varillas de un paraguas»). Sentía entonces Quiñones que le faltaban herramientas: «porque a ella no se la puede decir, / porque la poesía es una piedra ardiendo, / es una llave sin su puerta, / una racha de aire / que vuela y pasa; la Belleza / vuela y pasa. No estamos / aquí para tenerla, sino para saber / que es verdad y nos huye, y querer / llevarla ―inútilmente― a los labios del pueblo». En sus crónicas hay mucha poesía épica vestida de monólogo interior, pero a menudo se trasluce, bajo los epigramas, el poeta liberado de tabús gracias a la máscara. Puede desparramarse en poemas descarnados como “Amor y muerte” o “El corazón habitado”, incluso en “La muchacha vive”, que disfrazan con toques históricos un erotismo en el límite. «Conocerías temblando / (…) que no es mi boca ya la casa de mi lengua / sino tu cuerpo» dice en otro poema. Pero la erótica no es su única faceta. Hay intimidad, metapoesía, leyenda, historia y algunos homenajes impagables como el que rinde al flamenco en “Oda al cante” o a Emily Dickinson en “Le ruegas que se quede”. Aunque opinara que las antologías son cosa de viejos y de muertos, a Quiñones le favorece mucho esta condensación que le ha preparado Ricardo Álamo.

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