ADAM ZAGAJEWSKI Verdadera vida Traducción de Xavier Farré Acantilado, Barcelona, 2023 |
«Al fin y al cabo es mayo el famoso mayo / el mes de las promesas / que después nadie comprueba». Adam Zagajewski nació en 1945 en Lvov, que ahora es Ucrania. Luego vivió en París y en Chicago, antes de establecerse definitivamente en Cracovia, donde falleció en 2021. Dos años antes, nos había regalado este poemario titulado Verdadera vida, que puede considerarse su canto de cisne por la emoción que destila, una emoción pausada, elegiaca y sin embargo incitadora de apurar la vida hasta los posos. Acaba de publicarse en versión castellana de Xavier Farré, que a mí me parece impecable, hasta el punto en que puede afirmarlo alguien que no sabe polaco. Cuando la poesía traída de otro idioma consigue emocionar merecería instalarse en nuestra tradición, como proponía Brines. En Verdadera vida, la nostalgia se atenúa en el acto mismo de aludir a ella: «Pero la infancia ya no estaba, sólo un bosque tropical de recuerdos / y la infancia me habló directamente, todas las calles / hablaban, cantaban, o también incluso gritaban, sí…». En su repaso, Zagajewski describe a menudo lugares en los que no hay nadie, que fueron y que ya no son, pueblos «en los que las sombras / son más auténticas que las cosas». Zagajewski era un viajero, un amante de las ciudades sobre cuya piel escribía como si estuvieran dictándole el poema. Alude a Córdoba y a Santiago de Compostela («Santiago es la capital secreta de España»). En muchos casos plasma estampas brevísimas que se grabaron en su retina. Por ejemplo «Estambul» es la imagen de unos muchachos que saltaban al agua desde un bajo muelle de cemento («no sé si eran felices, pero yo / lo fui, por un momento, en el fulgor / de un día de mayo, al mirarlos»). También paseamos con él por una antigua ciudad romana de provincias. Las personas que va nombrando murieron, pero siguen vivas cuando Zagajewski las nombra: su madre, sus amigos, cuatro guapas judías, él mismo saliendo de nadar en el océano. Allí donde parece que no ocurre nada, salta de pronto el chispazo. Así, hay un puñado de poemas cerrados con una morosa intensidad: «Miriam Chiaramonte», «En Drohóbych», «Tengo quince años», o el elocuente «Higos», por citar algunos. «Los filósofos tienen que elegir su ciudad, / tan solo los poetas pueden vivir donde sea».
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