OLIVIA MARTÍNEZ GIMÉNEZ DE LEÓN Los años del hambre prólogo de Agustín Pérez Leal Candaya, Madrid, 2022 |
«No es más vulnerable el que se muestra / capaz de ser herido».
Como dijo Machado: hablo con el hombre que siempre va conmigo; y de esta conversación con uno mismo suelen salir los poemas. Aunque los poetas solemos retocar lo que nos decimos antes de transcribirlo porque no todo vale, lógicamente. Se trata de despertar emociones, y surgen dudas y autobloqueos. Muchos autores, de hecho, prefieren incluso no saber qué están diciendo. Así que los poetas corregimos nuestra conversación, la matizamos, la hacemos digerible para soportarla nosotros mismos y para adaptarla a una fórmula, a una manera de decir que pueda insertarse en la tradición, que no deja de ser un corsé. Por eso nos impacta tanto cuando alguien parece haber suprimido el filtro. Pasó en su día, por ejemplo, con el primer libro de Pablo García Casado (Las afueras, 1997). Ahora pasa con este libro de Olivia Martínez Giménez de León (Alicante, 1980). En parte nos cala lo que dice porque le llama al pan pan y al vino vino: «he follado como dando de comer a una fiera». Tampoco nos engañemos: hablar a lo llano es tan antiguo que por ejemplo Catulo ya lo hacía. Pero hay que saber decirlo para que nos llegue como nuevo. Los años del hambre es un libro en el que una mujer se va contando a sí misma sus problemas con la identidad y con la anorexia, una relación de amor furtiva... Tampoco los temas son novedosos, y sin embargo consigue que suenen verdaderos. Se habla a sí misma sin saña y sin componendas, con la crudeza de quien no tiene nada que perder. Cada verso es una emoción y un martillazo. Y los leemos con el convencimiento íntimo de que son auténticos, que desde el primero hasta el último retratan una vida, su vida. A estas alturas, en estos tiempos de bulos y de hipocresías, cualquier ciudadano, pero en especial el lector de poesía, lo que busca es autenticidad. Y aquí la encuentra. Lo que no significa que no haya literatura, mucha y bien disuelta: «Hoy también has soñado. Llevas anillada la lengua al silencio: es tiempo de callar, te dices […] Si dices monstruo, el monstruo aparece y el monstruo eres tú. Así que te sumerges en la profundidad de la ballena. Para no decir nada».
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