JOSÉ CORREDOR-MATHEOS El poeta en la escuela Almud Ediciones, Toledo, 2022 |
«La manera que tiene / el tiempo de pasar / como quedándose».
Introducir
a los niños en la poesía es un reto de siempre que no se ha terminado de resolver
nunca. Entre nosotros pervive la referencia de Gloria Fuertes y sus poemas
surrealistas y rimados. También impera la creencia de que la poesía infantil
tiene que entenderse o ser muy musical. No queda claro por qué, ya que a los
adultos a veces nos gustan poemas que no entendemos. En cuanto a la música, es
parte consustancial del poema, siempre que no suene más fuerte que las
palabras, como criticaba Unamuno de la poesía española decimonónica, que comparaba
con la de los «bosquimanos». Pero es habitual que se elijan poemas de autores
que escriben claro (incluso demasiado) y que no se alarguen mucho, para captar
la atención de los primeros lectores. El caso de José Corredor-Matheos (Alcázar
de San Juan, 1929) es paradigmático porque desde 1975, con su Carta a Li-Po,
es un poeta zen, que escribe poemas breves con apariencia de elementales,
aunque encierren una carga soterrada de filosofía y a menudo de
existencialismo. Si bien ha vivido la mayor parte de su vida en Barcelona,
nació en el corazón de La Mancha y bautizaron un colegio de su pueblo como uno
de sus libros, Jardín de arena. Corredor mantiene vivo el contacto con Alcázar
de San Juan y con el colegio. Juan Garrido e Isabel Corrales han querido
estrechar aún más estos lazos editando un libro para niños con poemas de su
paisano. Para la ocasión han agavillado canciones que Corredor había dedicado a
sus nietas y que no habían traspasado nunca un círculo de confianza. Son rimas
breves, circunstanciales e ingenuas. Las han envuelto con unos pocos poemas
emblemáticos de este autor. No obstante, desde la sencillez, ese pez que va por
el jardín o esas montañas que crecen cuando las mira desde el tren, o esos
seres a los que envidia (la lagartija y la golondrina) pueden emocionar a todos
los públicos, también al infantil. Al fin y al cabo, como dijo Picasso, se
necesita toda una vida para aprender a mirar como un niño: «El mar: / mientras
lo miro / se evapora».
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