Ramiro Gairín, Llegar aquí / La ciudad que no somos

RAMIRO GAIRÍN
Llegar aquí
Versátiles, Huelva, 2020
La ciudad que no somos
Polibea, Madrid, 2020

«Hay de mañana un rato / en que el sol da en todas las estancias / de la casa a la vez. / El mismo y diferente en cada cuarto».

A Ramiro Gairín (Zaragoza, 1980) le han publicado dos poemarios distintos a la vez y eso, para un poeta, es como haber tenido hijos mellizos y no saber a cuál atender cuando los ambos reclaman. Aunque parezca tópico, conviene aclarar que los dos libros se complementan. Uno habla de la vida real, de la que está ocurriendo, de la relación de pareja, de los trajines del trabajo, incluso de los aburrimientos. Escenas cotidianas donde se respira intimidad y complicidad, donde el sol de los días sale y se pone en las habitaciones y donde la distancia no existe porque todo es cercanía: «A ese tiempo o instante sobre el cual, / en los buenos relatos, / no hace la gente cábalas y vive». Este primer libro se llama Llegar aquí y contiene un poema de amor muy hermoso titulado «La gata»: «La forma en que la luz, / cuando sale a buscarte por el barrio / porque se hace de noche, / más que tocarte, más que recomponerte, / contra ti se restriega y ronronea, / como una inmensa gata / color ámbar que quiere / su comida o tu hueco en el sofá…». El otro libro se llama La ciudad que no somos. Como en el cuento de Ándersen en el que los juguetes cobran vida a medianoche, sus poemas hablan de «la ciudad que no somos, / que está cuando no hay nadie». Desde el umbral que conocemos se asoman al otro lado, que está tan cerca como lo que tardan las bombillas de bajo consumo en apagarse, o lo que puede decir una maleta vieja si uno la observa cuando está muy cansado, o lo que pasa en la niebla sin que podamos verlo, o la conversación que mantienen las iglesias de un plano. A nuestro alrededor hay mil huecos esperando que la fantasía obre su prodigio. Gairín se inspira en unos versos de Corredor-Matheos: «Amigos: / esta vida / nos oculta algo». El poeta zaragozano dice que «queda aquí la vida, otra vez a dos metros / del partido del siglo». Y, como si fuera un conjuro, añade en otro sitio que lo que hay que aprender es «el silencio de los antiguos templos».

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