Antonio Rodríguez Jiménez, Nuestro sitio en el mundo

ANTONIO RODRÍGUEZ JIMÉNEZ
Nuestro sitio en el mundo
Eolas Ediciones, León, 2020

«Porque sabes que todo se termina / y apenas queda tiempo para aquello / que de verdad importa, / te sometes al pulso de las cosas pequeñas, / te aferras a la calma que se abre entre dos olas / para seguir flotando».
El último libro de Antonio Rodríguez Jiménez (Albacete, 1978) ha vivido una hermosa peripecia tras ganar el premio González de Lama. Es un libro decidido a revelarnos Nuestro sitio en el mundo, por encima del Covid19: «a nosotros un virus no nos hace invisibles, / ya lo éramos. / Hemos vivido siempre bajo estados de alarma». ARJ nos ayuda a mirar más allá: a los árboles del parque clausurado que «sabrán que es primavera», a los trenes cuyo paso se escucha desde la azotea. Lanza la mirada al horizonte de lo cotidiano, consciente del poder que tienen los versos para trascender la fragilidad de la vida y su tragedia: «la niebla y la memoria tienen el mismo tacto, / la misma inconsistencia de la leña quemada / o la humedad que lame los cristales del frío». Porque los poemas de ARJ vienen a salvar el mundo desde la convicción de que su artificio tiene un poder que dimana de esos objetos mágicos que son las palabras: «cómo rezuma vida esta palabra, / eterno, desprovista / de su lastre semántico / como si se encontrase contenida en el orden / imparable del tiempo, / como si sugiriese permanencia». Los poemas de ARJ suelen ser narrativos, cuentan historias, y a menudo se paran a reflexionar, como ya han hicieron antes los de González Iglesias o Cabrera o Larkin. «Un poema se escribe con descargas de pólvora», asegura. Y lo notamos en la contundencia con que dispara versos que rozan el aforismo, como «la crítica más cruel es el elogio» o «solo maltrata al público quien dice respetarlo». A veces, como en «Noche de bodas», el poema explota en el último verso, tras un salto vertiginoso en el tiempo. En otros casos capta con sutileza el vuelo de una emoción, viva desde la infancia, aunque perdió su sentido original, como ocurre en «Diésel». También canta al amor familiar desde la zarza bíblica, el amor «que brota / sin razón y salvaje en la distancia».

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Puedes expresar tu opinión sobre este artículo