FRANCISCO DÍAZ DE CASTRO Vamos a perdernos Vandalia, Sevilla, 2020 |
«Si siento urgencia de algo, es de estar solos. / Y que suene la música».
La música tiene, como la poesía, el don de
proporcionarnos recuerdos ajenos. Y sueños ajenos. El más reciente libro de
Francisco Díaz de Castro (Valencia, 1947) es una colección de poemas y al mismo
tiempo una colección de canciones. Está cargado de una nostalgia nocturna y
contagiosa: «Hermoso es lo que fue, contra la muerte, / contra el silencio
sucio que la edad amontona, / contra la soledad ensimismada». Como en las
novelas negras, la atmósfera huele a humo de tabaco, tiene un toque de alcohol,
y siempre hay un disco sonando. La mirada se pasea por los rincones del cuarto y
encuentra imágenes que nunca volverán: «La tienda ya no existe, / quién sabe
qué será de aquella chica. / Al fondo del oscuro callejón, / un gato gris y
charcos». Hay un momento de la noche en que ese ambiente, alimentado por la
melancolía, por un rumor de mar, alcanza tal densidad que solidifica. Y
entonces, el estado de ánimo cuaja en un espacio: «Qué extraño este lugar, /
qué distintas las horas de esta noche / que parece propicia para una despedida
general, / esta noche en que el frío del aire es una música / o sólo un ritmo
lento / de escobillas de blues dentro del corazón / de un bosque como yo, tan
fantasmal / y a la vez tan despierto y tan esquivo». A veces, resurge aquella
rabia pacífica de Díaz de Castro, una rebeldía contra lo inevitable, una
impotencia que solo encuentra en la música el refugio seguro: «buenos días, la
vida cotidiana / y ya no sé siquiera para qué». Sale entonces al encuentro de
esa rabia. La busca porque el dolor que provoca es vida. Fue vida. Pincha el
disco y ahí la tiene: «la temo y sin embargo yo no puedo rehuir / su música
prohibida, sucia de su verdad, / sucia de sus secretos. / Como otra fruta
extraña la siento cada vez / que llega la certeza de mi tiempo gastado, /
corteza adentro por la pesadilla». Se llama Vamos a perdernos, como una
canción de Chet Baker. Es el último poemario de Paco Díaz de Castro. Nos invita
a escuchar música y a bailar lento, al ritmo de sus verdades.
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