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JOSÉ LUIS PARRA La hora del jardín Selección y prólogo de Susana Benet Renacimiento, Sevilla, 2020 |
«No queda tiempo, no me queda / tiempo.
Escribir es una sombra, un silencio / de todo lo que quedará / por escribir».
Hace
ya ocho años que se nos fue José Luis Parra (Madrid, 1944-Valencia, 2012) y creímos
que nos había legado una última entrega de su magia con el título ya póstumo de
Inclinándome (2012). Pero hay muertos tenaces y, como señala Susana Benet
en el atinado prólogo de este nuevo libro, la misión en la vida de Parra era
escribir. De modo que en 2016 disfrutamos una colección de haikus y poemas
breves, igual de excelentes, que se llamó
Hojarasca. Y de nuevo creímos
que era un regalo postrero. Sin embargo, Benet conservaba en su diario personal
mecanoscritos y manuscritos de puño y letra del poeta, y mantenía además los
cuadernos que Parra, que no se fiaba de su memoria, se aplicaba en duplicar: uno
en su casa de Quart de Poblet y el otro al cuidado de Susana. Espulgando todos
estos inéditos, con el impulso de Abelardo Linares, la escritora valenciana ha
exprimido aún más el genio de José Luis Parra, un poeta de culto que una vez
leído resulta imprescindible. Y aquí nos llega esta entrega inesperada,
La
hora del jardín, con poemas y versos emocionantes, en los que el poeta
recriado en Valencia vuelve a superarse con sus versos rotos como cántaros
chinos. Incluso hay una veta que su pudor mantuvo a buen recaudo, la de los
poemas de amor, igualmente excelentes, que llevan la emoción al borde mismo de
lo erótico y lo erótico a lindero de la emoción: «No hay yate de recreo ni
velero más grácil / que pueda compararse al armonioso / balanceo de nuestra
cama. Vuelve, / reclina tu cabeza en la arena dorada / de mi pecho y escucha
cómo rompen / las olas perezosas. En mis labios entreabiertos / te esperan
palpitando todas tus vacaciones». Entiendo el dilema de Benet: entre dar a la
luz estos poemas y ocultarlos, ha elegido tratarlos con el esmero que hubiera
puesto el propio Parra, que estaría feliz viendo cómo los disfrutamos. «Sólo el
campo, en el desamparo / dichoso y estrellado de la noche, / derrama más y más
mi infancia / sobre la casa hundida».
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