José María Cumbreño, Curso práctico de invisibilidad

JOSÉ MARÍA CUMBREÑO
Curso práctico de invisibilidad
Liliputienses, Cáceres, 2020

«Y solo por una vez hubiese logrado que este puñado de mentiras no se pareciese tanto a mí mismo».
José María Cumbreño (Cáceres, 1972) sigue corrigiendo y aumentando su Curso práctico de invisibilidad. Ya va por la tercera edición. Nos advierte: «esto se supone que iba a ser un libro de poesía. / Aunque, a estas alturas, casi todo empieza a darme lo mismo. / (…) A estas alturas ya me he resignado a que esto no sea un libro de poesía». Y sin embargo, probablemente lo sea. Si la poesía es emocionar con palabras, Cumbreño a menudo lo consigue. Es cierto que de un modo nada convencional. Ha escrito un libro mestizo, que mezcla observaciones de cierta enjundia con notas cotidianas, a la manera de los códices de Leonardo. Así, introduce explicaciones obvias, como el Manual de instrucciones de Cortázar, con un sesgo de agudeza, inserta cuentos, como hacía Borges, sin aclarar que son cuentos, pero adoptando otras voces que no son la voz, o impostando la voz. En fin que es un libro de fragmentos, de bucles verbales que el lector persigue casi sin darse cuenta. En medio hay de todo, desde reflexiones sobre la escritura, hasta aforismos muy logrados sobre la vida: «Llega un momento / en que nos damos cuenta / de que el pasado / ya no tiene nada que ver con nosotros». Hay también greguerías, como la que define el yoyó como «metáfora infantil de la soledad» o los himnos como «música que se toma demasiado en serio a sí misma». La invisibilidad a la que se refiere el título probablemente esté en la voz, neutra, fría, casi científica, que finge proposiciones lógicas buscando la formulación que surta más efecto. En esta mezcla tan abigarrada y sin embargo amena, el ingenio encuentra conexiones con la emoción casi sin proponérselo, sobre todo cuando toca lo más cotidiano: «planchaba las sábanas porque quería quemar los sueños que habían quedado enredados en ellas» o «cada vez que tengo que hacer la maleta, me sorprendo doblando la ropa tal y como tú me enseñaste». Aire fresco, en definitiva. Y la sensación de compartirlo con alguien que ha disfrutado escribiendo.


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