Julio Rodríguez, Una extraña ciencia

JULIO RODRÍGUEZ
Una extraña ciencia
Hiperión, Madrid, 2019
«Como una cerilla encendida / en mitad de la noche, un poema / ilumina tan sólo un instante / la oscuridad que nos rodea. / Pero no olvides nunca / que también puede hacer que todo arda».
Grande es la fe que muestra en la poesía el ovetense Julio Rodríguez (1971) en este poema titulado «Defensa propia». Responde a las características de las piezas más abundantes y más valiosas de su libro: breve, epigramático, concebido para provocar del lector o una sonrisa o propinarle un amistoso puñetazo en el hombro. A menudo, no desembocamos en la clave hasta el último verso. A veces, tenemos que volver a mirar el título, como en este otro: «Y que, después de todo, / el consejo más sabio / no lo haya recibido de mis padres / ni de Séneca, Google o Sxymborska, / ni estuviera siquiera en las enciclopedias, / sino oculto en el dorso de la tapa / de los yogures de mi infancia». El poema se llama «Siga buscando». El tema dominante del libro es la vida cotidiana y las lecciones que pueden extraerse de ella. Comparar la lucha de vivir con un combate de boxeo es un recurso explicitado en la primera parte («Doce rounds»), la cita inicial de Óscar Kahn y el poema que abre el libro. Luego resurge, como un eco, en versos interiores: «Y, al acostarse, una / sola certeza: nada / importa el resultado del combate. / Basta poder saltar / al menos otra vez al cuadrilátero». Pero lo que más encontramos es la vida cotidiana, los hijos, los trajines del hogar, siempre suavizados con una mirada irónica, risueña a veces, por muy dramáticos que resulten de partida. Cuando habla de su padre, narra que se encuentran para ver un partido de fútbol: «Sin embargo, / hace ya rato que revolotea / a nuestro alrededor una certeza: / tampoco vamos a brindar esta noche / ni a cerrar de una vez los asuntos pendientes. // “No importa, no importa”, me consuela, / con una mueca de nostalgia, / mientras se levanta a por otra botella. // Ese tipo de cosas / no nos conciernen a los muertos». Y luego abundan los poemas de amor, el brillo sin explicaciones. Soberbio el titulado «El tránsito de las ballenas».

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