Juan Domingo Aguilar, La chica de amarillo

JUAN DOMINGO AGUILAR
La chica de amarillo
Esdrújula, Granada, 2018. 84 pág. 10€
«Eso es lo que queda de nuestra historia / dos extraños que se miran a lo lejos / y que cuando llegan a casa / cuentan los días que llevaban sin verse».
¿Quién no ha sido adolescente y quién no ha estado obsesionado con un amor que a duras penas consigue controlar? Lo difícil es transmitirlo, cuando aún eres muy joven y te faltan herramientas. Juan Domingo Aguilar (Jaén, 1993) parece haberlo conseguido. En un tiempo en que menudean los poemarios de jóvenes, muchos de ellos con el amor como centro, algunos, auténticos superventas entre lectores de su edad, no es frecuente sin embargo que logren calar en otros lectores. Domínguez utiliza herramientas conocidas, como la ausencia de signos de puntuación (le precedieron Sarrión o Pablo Casado, entre otros): «preguntas y yo no tengo nada más / que decir dentro de unos años cuando abras este libro / con miedo a descubrirte a ti misma a través de mis palabras / pensarás -aunque solo sea durante unos segundos- / que una vez creímos conocernos / pensarás si todavía recuerdo / de qué color era tu vestido». También emplea como fetiche el vestido amarillo con que conoció a la chica, de la que nunca se dice el nombre (otro recurso). Añade desparpajo y un tremendismo ingenuo que en este caso resulta eficaz: «no recuerdo el nombre de nuestro hijo que nunca tendremos / un hijo que todos los nombres que pronunciábamos / juntos en voz alta ahora son la misma cicatriz // en cuerpos separados». Y por supuesto, se vale de la ambientación apropiada: «las bibliotecas son como los tanatorios / nadie quiere ir pero siempre están llenas». Para terminar, aliña el contenido con unas pulgaradas de actualidad y de protesta: «a todos les digo que Europa es el cuerpo / sin vida de un niño que nadie conocía / en la costa turca». Entre los aciertos de Domínguez, haber leído poesía antes de escribirla y haberse dejado asesorar, como se deduce de la veintena de personas a quienes agradece los consejos en la nota final. Además ha recabado el respaldo de dos prologuistas que le allanan el camino: Antonio Praena y Javier Fernández.


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