Juan Pablo Zapater, Mis fantasmas

JUAN PABLO ZAPATER
Mis fantasmas
Visor, Madrid, 2019
«Se sienten victoriosos, de sus belfos / cuelgan hilos de luna, solo aguardan / que llegue su momento (…) // Ya conozco sus nombres: / el tiempo y el olvido, el dolor y la muerte, / los lobos que me acechan».
Mis fantasmas, el más reciente libro de Juan Pablo Zapater (Valencia, 1958), está escrito mirando de reojo la muerte, cercado por su constancia, aunque recreándose en la suerte de contarla. La vida forma un bucle de mañanas y noches que se repiten como un rito: «Confusa ceremonia la de ir envejeciendo, / la de andar estirando poco a poco / los días que se acortan, / mientras vas descontando una por una / las noches que se alargan». Como una manta corta abrigan los versos y constatan que la luz es la poción mágica con la que nos reconstituimos para hacer frente a unas certezas tan amenazadoras: «lo vital es el día, nuestro día, / ese vaso de luz que nos bebemos / y se vuelve a colmar cada mañana».Y, aparte de la luz, o embarcada en ella, sobreviene la belleza, siempre a destiempo, tan consoladora como abrasadora: «la belleza es casual, como un incendio que arrasa / cuando menos te lo esperas / el bosque de tus ojos». Porque para Zapater, la belleza es un espectáculo sobre todo visual, que vive en la luz, ya sea diurna o nocturna: «esos gatos nocturnos que se fijan / en el plato vacío de la luna, / esos gatos siameses… son mis ojos, / que han dejado arañazos en la almohada / cansados de maullar frente a la puerta / cerrada a cal y canto de tus sueños». Lobos, gatos, seres silenciosos y acechantes con los que Juan Pablo Zapater animaliza los estragos del tiempo, seres que van estrechando el horizonte y que roban las certezas primordiales: «Me pregunto / quién hurga cada noche en los cajones / que guardan la memoria de mi madre / y roba impunemente sus recuerdos». Por si el presentimiento no nos bastaba, en algunos de sus versos, enroscados en la sonoridad endecasílaba, el poeta nos advierte: «Os hablo de la muerte, de ese baile / sin música y sin pasos ensayados, / un vals al que los guantes del vacío / te invitan cualquier día y ya no puedes / excusarte…»

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