Pureza Canelo, Retirada

Pureza Canelo
Retirada
Pre-Textos, Valencia, 2019, 62pág., 15€
«Ve a lo extraordinario: no escribas, no vivas, decide tú el adiós y presume del hallazgo».
Pureza Canelo (Moraleja, Cáceres, 1946) irrumpió ganando el premio Adonáis en 1970. Desde entonces su presencia en la vida literaria española ha sido constante e influyente, con su personal escritura, como gestora cultural y con los premios que ha merecido. Retirada es, desde el título, un ajuste de cuentas con la literatura y con la vida. Un ajuste de cuentas desde una distancia sabia, que le permite explicar, entre otras cosas, lo que ha perseguido con sus versos: «Esencialidad para fundirme en ella. / Claridad para tocar la campana. / Profundidad para asustar a Dios». Constata que la poesía no responde cuando uno sale a buscarla, sino en todo caso cuando «el oficio se parte el rostro por ella» y que es la propia poesía la que toma las decisiones: «Este libro me busca como una expiación, y avanza». Avanza, aunque no lo pone fácil, no se entrega sin resistirse: «Ay de la poesía desde la mirada del decir y no hallar. Pero ella insiste, como enviada especial de galaxias». La escritura para Canelo es un laborioso trabajo de desentrañamiento que a veces va mucho más lejos de lo que deberíamos ver: «Quien escribe se adelanta a atisbar la muerte, su cabeza en la arcilla para sentir qué sonido, tiento, espíritu reconocerán un cuerpo tendido en el lecho de tierra». Pureza Canelo también ajusta cuentas con la vida. Ante la oferta de presidir un jurado, siente una inconfesable inseguridad y se refugia en «Dulce nadie», que es como llama a la soledad. Acepta que le quedan por escribir líneas de confesión, que «fue cómplice, aunque no cogiera el mando, si lo hubiera tenido, hubiera sido la peor de la manada». También pasa revista a sus lecturas y sus relaciones, transcribe incluso un intercambio de mensajes con Clara Janés y dice que Juan Ramón practicaba el fracking «en el inmenso cuerpo de la poesía». Y aún se detiene a pensar con la lluvia, a maravillarse con el milagro del amanecer: «Esta comunión de humano y planeta no deja de ser un sueño».

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