León Molina, Rumor de acequia

LEÓN MOLINA
Rumor de acequia
La isla de Siltolá, Sevilla, 2018. 170 pág., 12€
«Yo ya viví todo esto. Hoy lo vivo al tiempo que lo recuerdo».
Fernández Mallo ha escrito en un inspirado ensayo que vivimos cada vez más en el paisaje y menos en la Naturaleza. Por fortuna hay escritores que consiguen invertir este proceso y devolvernos nuestra esencia para que la experimentemos. Uno de ellos es León Molina (San José de Lajas, Cuba, 1959), que sigue sobrevolando el laberinto del que ya es el tema central de su obra: la aldea de la sierra del Segura en la que vive la mayor parte del año. Desde allí se mueve con las águilas, escucha a los pájaros, discerniendo sus voces, ve cómo se suceden las estaciones, se siente envejecer hermanado con lo que le rodea. Uno de los síntomas de que el protagonista es la naturaleza (sensorial) y no el paisaje (ideal) es que el tema no se agota sino que se enriquece a cada paso, adquiere nuevos matices con cada mirada: «Siempre es igual y siempre es distinto, como quien escucha una y otra vez una pieza musical que le conmueve». Molina ha encontrado en las formas japonesas el continente ideal para contar su experiencia. En Rumor de acequia mezcla haikus y haibun (texto en prosa que participa del espíritu del haiku y que suele llevar aparejada una o varias de estas estrofas de tres versos que son como fotografías con palabras). De ambas se suceden los pasajes estimulantes: «Amanecer. / Líquido fluye el rebaño / montaña abajo». También: «Se han ido todos. / Humo en las chimeneas / una tras otra». En cuanto a los haibun, hay mucha filosofía convertida en experiencia sobre todo cuando desaparece toda pretensión estilística y no queda más anhelo que sentir el discurrir de la vida. Ocurre en «Las mismas estrellas» o en «La noche». Y todo ello lo vive y lo cuenta Molina casi sin moverse de un rodal, entre el sofá y el ventanal por el que mira. De hecho, si se aleja, se siente extraño: «Montañas abajo veo las luces diminutas y parpadeantes de la aldea vecina y me cuesta pensar que esas casas lejanas que he contemplado tantas veces no son esta noche un producto de mi imaginación o de una memoria desordenada por el viento». 

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