La apuesta














DIONISIA GARCÍA
La apuesta
Nausicaä, Murcia, 2016

Dionisia García (Fuente-Álamo de Albacete, 1929) ha escrito su poemario distinto. Lo es desde el título: una apuesta puede ser un simple juego; pero La apuesta, con el artículo definido por delante, la apuesta con mayúscula, se hace sobre la mesa de la vida con el «no va más» como consigna, con el «me lo juego todo a ese número o a ese color» que no reserva más fichas ni más cartas para futuras tiradas.
Y sin embargo no hay desesperación, al contrario. Los endecasílabos serenos nos transportan hasta el borde del horizonte y allí se sientan con nosotros y repasan los indicios, que fluyen y refluyen y no se dejan atrapar: «Esta noche me llega el mar inmenso / plagado de la luna; la belleza invasora. / Todo es aquí quietud, ni siquiera un susurro. // La promesa se apaga ante el mar perezoso». La apuesta es un libro religioso, es una conversación de la autora con su propia fe. Pero los elementos que dispone sobre el tapete conforman la vida que ha vivido, y eso nos vale a los lectores agnósticos. De hecho, tiene mucho de balance y también de despedida, de aceptar el relevo natural, como ocurre en Recados: «Tú estás y yo he pasado. / Eres la realidad en la memoria». Hay un sentirse eslabón en la cadena de las generaciones, de disposición a pasar el testigo, pero sin prisa por terminar de apurarlo: «Regreso en tiempo nuevo, / con gestos repetidos que fueron de los otros / y alguien cree que se inventan. (…) Esperar es mejor que haber llegado». Y, como no podía ser menos, no hay constataciones, no hay hallazgos satisfactorios, solo indagación: «La búsqueda no cesa, vislumbramos la luz / desde el tren clandestino de todas las esperas. / (…) Vive porque ha vivido. El camino ya es término.» Y en el camino, hay un deleitarse en la luz primera, en la hora prima, en el pan nuestro, en el atardecer, en el acto de recordar, que permite recobrar lo que se nos escapó en el instante: «Todo estaba presente y no advertido, / solo en el recordar es verdadero.» El poemario termina con una despedida tan serena como el resto del libro, un Adiós que se debate entre la necesidad de aligerar la carga y la acumulación de los apegos.

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