Roger Wolfe: Gran esperanza Un tiempo. Ed. Renacimiento Barcelona
2013
Uno tiene la sensación de que a
Roger Wolfe le sigue preocupando y pesando el poeta que fue antaño, un poeta
directo y lenguaraz, que introdujo en nuestro idioma el realismo sucio en
general, y en particular la manera de hacer de Bukowski. Un poeta que dejó huella
entre los lectores, pero que también parece haberla dejado en su propia rumia
interior: “…eso es lo triste, pero tiene / también su trágica grandeza: ser
epígono / de uno mismo y su único superviviente.”
Como dice en otro poema, “del pasado, a veces / es difícil apartar la vista”. Sin embargo, al lector le queda muy claro que, aunque aquel y este poeta tienen cosas en común, como escribir con la vida desfibrilando entre las manos, el de ahora ya no lo hace al borde del precipicio, sino en medio de una espera, la del tiempo de salir a la puerta de la calle a fumar un cigarrillo, el tiempo que tarda en consumirse entre tus dedos, lo que pasa en ese lapso en apariencia intrascendente, pero en la práctica crucial, porque lo único que tiene uno que hacer es observar y dar fe.
Como dice en otro poema, “del pasado, a veces / es difícil apartar la vista”. Sin embargo, al lector le queda muy claro que, aunque aquel y este poeta tienen cosas en común, como escribir con la vida desfibrilando entre las manos, el de ahora ya no lo hace al borde del precipicio, sino en medio de una espera, la del tiempo de salir a la puerta de la calle a fumar un cigarrillo, el tiempo que tarda en consumirse entre tus dedos, lo que pasa en ese lapso en apariencia intrascendente, pero en la práctica crucial, porque lo único que tiene uno que hacer es observar y dar fe.
Así nacen poemas como La espera (“No sé muy bien qué hago
aquí. / Nunca lo supe / La espera / continúa”) o como Fin de mundo (“la luna que Cernuda contemplaba en Méjico /
resplandece, imperturbable. / Ha visto / el fin del mundo muchas veces”) o como
el revelador La llamada de la escritura
(“Es bueno ser poeta. Pero la poesía / es una espera permanente…”). Tiempos de
echar el cigarrillo en los que el universo parece detenerse y componer un
paisaje significativo, como para enmarcarlo, llevárselo uno a casa y colgarlo
en la pared. Y el que lo hace sigue siendo un poeta inglés que escribe en
castellano. En ello reside parte de la singularidad y del encanto de Wolfe, que
escribe sin terminar de entender lo que está pasando, aunque lo disimule disfrazándolo
de misantropía.
Preocupado por sus antecedentes
y por el tiempo que pasa sin remedio (“El tiempo se nos va. Y eso / es lo más
triste de todo”), a veces lo más encantador son sus paradas, sus descripciones del
presente sin tapujos, golpeando casi sin proponérselo: “una mujer hermosa /
baja por la acera, / resplandeciente de poder / y de belleza”. Pero también los
poemas en los que más se aleja de la realidad, en los que toca la alegoría,
aquellos en los que más intensamente es Roger Wolfe, como Deseo de ser perro o el encantador Un viejo con un sombrero de paja, en los que detiene el tiempo a su
manera, para siempre, en medio de un cuadro que no encuentra en la calle, sino
que pinta con sus manos el mismo poeta.
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