Las identidades



Como el que va a buscar setas, me escapo a mi librería de siempre, la Popular, y hurgo entre los libros a ver qué encuentran mis manos. Me dicen que Felipe Benítez Reyes ha sacado libro y que, nada más ver la luz, ya ha sido necesario imprimir una segunda edición.
Equivale a que la primera se agotó con salir. Esto es extraño hasta para un best-seller, pero tratándose de un libro de poemas es directamente increíble. Incluso para un poeta como Benítez Reyes, que tiene su círculo de seguidores, que ha ganado los premios Nacional y de la Crítica. Increíble, a menos, claro, que la primera edición sea tan corta que no haya suficientes ejemplares para distribuirla, cosa que también ha sucedido alguna vez, sobre todo como estrategia de los editores. Por ejemplo sabemos que la fama que adquirió la antología de los Nueve Novísimos Poetas de Castellet se sustentaba en que la tirada había sido tan corta que casi nadie había leído el libro y sin embargo todo el mundo hablaba de él. Los rumores lo fueron elevando hasta hacerlo parecer infinitamente más bueno de lo que en realidad era.
Me llevo el libro de Benítez Reyes, tal vez disuadido por la publicidad. El conocer los mecanismos de la publicidad no siempre te libra de caer en sus trampas. He leído varios libros anteriores de este poeta, nacido en Rota en 1960, y guardo del conjunto una sensación contradictoria. Lo considero un escritor superdotado, capaz de deslumbrar en tres versos, pero empeñado muchas veces en seguir deslumbrando durante cincuenta más, sin conseguirlo. Al menos, conmigo. Sin embargo, es probable, no lo descarto, que la falta de sintonía se deba a que él es andaluz y yo de la estepa castellana. Álvaro García, también andaluz, tiene la teoría de que los poetas de su región escriben con chispa, con pellizco, con duende, en tanto que los castellanos somos más secos y austeros. Entiéndase castellanos de Castilla, aunque uno sea manchego de la Mancha castellana. No lo he comentado con Álvaro, pero apunto aquí, para una conversación futura, que en los levantinos predomina la sensualidad. Todo esto suponiendo que el entorno, la luz y la tierra influyan de verdad en la escritura y de que no se trate una elucubración sin fuste.
Como lector probablemente soy más seco y austero que chisporroteante y el nuevo libro de Benítez Reyes me deja las mismas sensaciones. Me sigue pareciendo tan brillante como cerebral, con el frío del símbolo, el frío de la superficie del espejo, la perfección que crea un laberinto donde me pierdo. Desde hace unos libros, se ha centrado en el tema de la identidad: “Todo lo que se tiene es una niebla / y las vidas ajenas son la vida”. Su poemario más celebrado, Vidas improbables giraba en torno a esa idea. Y ahora, desde el título, el nuevo libro, vuelve a abordarlo: Las identidades. Ya Borges adelantaba que, con los temas de siempre, el amor y la muerte, el tema de la identidad era el gran asunto de la poesía a partir de la mitad del XX. Y el de Rota se lo ha tomado al pie de la letra, aunque las identidades de Las identidades no sean ajenas, sino que establecen un diálogo entre el que es ahora y el que pudo haber sido, y la relación de ambos con la muerte.
Anoto infinidad de perlas: “Oyes manar la fuente/ y oyes la eternidad,/ un murmullo de huida y permanencia.” Perlas que están entre el aforismo, la greguería y la lírica de alto voltaje: “Viene el miedo ya dentro de nosotros. / En gran medida somos / el perfeccionamiento de ese miedo.” Eso sí, cuando un poeta con las condiciones de Benítez Reyes cierra bien un poema, es un poema redondo. El mismo Conjetura del miedo, al que pertenece la última cita, es estupendo. Hay otros como La hipótesis del olvido, o Fuentes, o Ventana al mar. Aunque, si he de quedarme con uno, mi favorito es Hospital, el que más me conmueve, quizá por ser menos retórico, o menos filosófico. En fin, que acabo disfrutándolo. Con chispa o no, es un poemario digno. ¿Best-seller? No hace falta.

Felipe Benítez Reyes: Las identidades. Ed. Visor Madrid, 2012.

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