Gema, Jorge y Marta, me filman en Librería Popular, para
TuAlbacete.com, en uno de mis entretenimientos favoritos, que es asomarme a las
estanterías a golismear entre las novedades. Me piden que aconseje algunos
libros y, para aconsejar, me voy derecho a la poesía, la hermana pobre de la
literatura. Allí compruebo que casi todas las novedades son de autores
albaceteños que han ganado premios, desde Andrés García Cerdán, hasta Alfonso
Ponce, pasando por Juan Lorenzo Collado y Francisca Gata. Cuento a la cámara
que hay muchas maneras de leer y que la poesía se lee a sorbos, haciendo
paradas breves entre poema y poema para ver quién pasa, para darle tiempo a los
versos a que calen en el paladar. La novela es otra cosa. Es literatura de
inmersión, para sumergirse en otras vidas, otros lugares y otras épocas, y
sacar solo la cabeza a este valle de crisis cuando no queda más remedio. Pero
últimamente vivo mucho a sorbos, a sorbos de poemas albaceteños y polacos. Esto
último se debe también al azar, como casi todo. Murió Wislawa Szymborska y con
mucho gusto me apresté a rendirle un homenaje, el mejor de los homenajes que
pueden rendírsele a un poeta: releerlo. En un libro del que no hablé el otro
día, Aquí, Szymborska tiene un poema
engañosamente naïf, como todos los suyos, en el que se refiere a su difícil
relación con la memoria: «Quiere que viva ya sólo con ella y para ella. / De
preferencia en una habitación oscura y cerrada, / y en mis planes hay siempre
un sol presente, / nubes actuales, caminos en curso». En el mismo poema, sigue
diciendo Szymborska: «A veces estoy harta de su compañía. Le propongo
separarnos. Desde hoy y para siempre. / Entonces sonríe compasiva, / pues sabe
que para mí también sería una condena». Antes de salir de la librería, se me
enreda en los dedos el último libro de Adam Zagajewski, otro polaco imprescindible.
Mano invisible recibió el Premio
Europeo de Poesía 2010, un premio de cuya existencia no recordaba haber oído
hablar. Pero, después, al leerlo, entiendo que se lo dieran. No solo porque es
magnífico, que también, sino porque está lleno de referencias a una Europa
central anterior a la Segunda Guerra. Los ríos que corren, las calles de las
ciudades, incluso las caras de las personas que atraviesan los versos, son de
ese tiempo en que se avecinaba una nube negra, pero la gente era feliz
ignorándolo. O estaba simplemente a lo suyo, como estamos ahora. Zagajewski,
que vive en Estados Unidos, regresa a las ciudades de su pasado y, mirándolas,
recuerda con certera profundidad: «Solo sé una cosa: esto existe, incluso si
desaparece». A través de su mano, estrechamos la mano invisible de los que ya
no están: «Sé que los ojos de los ausentes son como agua y no se les puede /
ver, en ellos uno solamente puede sumergirse». Me doy cuenta de que Zagajewski
y Szymborska tienen la misma manera de decantar las frases, un ritmo parecido,
aunque mi observación sea un poco extraña, ya que lo que estoy leyendo son
traducciones y los traductores son diferentes. Igual es la manera de verter el
polaco al castellano. Además, como suele ocurrir en las traducciones de poemas
desde cualquier idioma, el ritmo falla a menudo y, por deformación profesional,
me entretengo en reescribirlos. Pero al final terminan capturándome. Son buenos
incluso en traducción. De hecho, en Mano
invisible, hay un tono general melancólico y mágico, con hallazgos del
tipo: «Y el bello Garona que cada noche / pasa por los soñolientos pueblos como
/ un cura con los últimos sacramentos». Hay una docena de poemas importantes y
al menos dos inolvidables. Yo destacaría el titulado Y el bello Garona, una revisión de los ríos que van a la mar, que
es el morir, de Jorge Manrique, y Ahora,
cuando has perdido la memoria, dedicado a su padre enfermo de Alzheimer. Se
hunde en lo perdido sin caer en el desánimo, como no debemos caer nosotros. Al
fin y al cabo, «El poema debería terminar / mejor que la vida. Para eso es». Adam Zagajewski: Mano
invisible. Ed. Acantilado
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