No somos los dueños de nuestros sentimientos, los sentimos y ya está.
Sin embargo, aunque no podamos evitarlos, aunque solo podamos controlar de qué
modo reaccionamos ante ellos, algunos nos avergüenzan. Por ejemplo, la envidia.
Siento envidia sana, decimos, que es un modo de disfrazar de bueno un
sentimiento que nos parece malo. Pues bien, después de leer varias veces el
libro Mundo dentro del claro de
Vicente Gallego, siento envidia sana. Hace tiempo que algunos amigos están
preocupados por Vicente. Les preocupa que cada día parezca más feliz. Qué
caramba, les responde: si me quieres y soy feliz, por qué te preocupas; lo que
deberías es alegrarte. Sus últimos poemarios han ido iluminándose de
celebración. El penúltimo, Si temierais
morir, aun negociaba con la muerte del título, como si fuera el último
trámite que le faltara al poeta para desasirse y alzar el vuelo
definitivamente. En la pieza que se llama como el libro, se veía regresando,
resucitando. Y hete aquí que, desde la foto de la solapa de Mundo dentro del claro, se ve a Vicente
rozagante, feliz a la manera serena con que son felices los que no aspiran a
más de lo que tienen: «Ah, esta plena riqueza / de no haberme siquiera poseído,
/ de tenerlo por fin todo a la mano / y no hallar la manera de añadirle / un
bien a mi tesoro». Le basta con ir por un camino, partir un hinojo y olerlo,
para salir a otra dimensión: «¿Es que puede una planta / al borde del camino
darle muerte, / sin quitarle la vida, / a un desprevenido / que nada pretendía
sino olerla?». Y se siente tan gratificado con este descubrimiento que su afán
es compartirlo con el primero que pase y que lo lea: «Quien la encuentre, que
parta / la rama de su hinojo». Así con un pájaro que canta: «Cantó un pájaro,
oí / su decir claramente, / y en todo el universo solo había / certeza y
gratitud». Con un escorpión, una campana, hasta con un hueso de aceituna, se
maravilla y embriaga el poeta. Incluso con desorientarse y perderse en medio de
la noche: «Me adentro en la bajante, halladme allí, / no sé ya si del cielo o
de la tierra; / me bebo en la alta mar de negra luz / cantándome la carne
anonadada, / y cuanto más me abismo, más me asomo», dice uno de los finales
magistrales del libro. Porque no se trata solo de celebrar, hay que saber
hacerlo. Y la poesía de Vicente Gallego se ha destilado en un regreso a los
poemas más clásicos, se ha pulido recreándolos, sobre todo en sus libros Santa deriva (2002) y Cantar de ciego (2005). Se ha bañado
literalmente en Claudio Rodríguez. De modo que no se trata solo de celebrar, es
la celebración de un maestro que viene cargado con toda la liturgia de los
ecos, que ha perfeccionado la música de la tradición hasta destilarla y
ungirnos con una falsa sencillez, que es un elixir más puro, el de la palabra
pasada por el tamiz del oficio. Consciente de ello, y agradecido una vez más,
Vicente Gallego se dirige a las palabras, unas veces exigiéndoles sencillez,
como Juan Ramón les pedía exactitud: «Apaga mi hervidero, / descárname,
palabra, y abre mundos». Más adelante, en otra pieza, les exhorta: «Compartid
nuestra muerte, / comprended que sois sombras, palabras». Sombras que nos
devuelven la vida puesta en pie, que nos permiten compartir con Vicente la
amistad de sus amigos, del desaparecido Miguel Ángel Velasco, del omnipresente
Paco Brines. Porque antes que poeta de las cosas sencillas y de los ecos de
oro, este valenciano es un poeta de la amistad, que rezuma por los poros de
todos sus poemas, donde siempre hay alguien que comparte con el narrador cada
experiencia. Y luego está, claro, su envidiable alegría, que me da envidia sana
hasta a mí, que soy feliz en un 85%: «Así has llegado a ser, dura en tu luz, /
(…) como la misma muerte, /como la muerte entera, mi alegría». VICENTE
GALLEGO: Mundo dentro del claro. Editorial Tusquets.
Completamente de acuerdo, Arturo. El libro de Vicente es deslumbrante. Espiritualidad diáfana, absolutamente digerible por cualquiera, y continuados aciertos expresivos. Poesia plena de limpidez hondura y verdad. Casi nada. Felicidad para el amigo y felicidad para el lector.
ResponderEliminarAntonio