A estas alturas de la vida, aunque parezca un tópico, desconfío de las novelas que ganan ciertos premios y que los medios de comunicación nos meten por los ojos desde el momento mismo del fallo hasta meses después, cuando todavía nos tropezamos en las grandes superficies con barricadas compuestas por torres de vistosa encuadernación. Si hablamos del Planeta, ya no es desconfianza, es pura alergia lo que me produce año tras año el paripé que arman los editores para fingir que no saben de sobra dos años antes el nombre del ganador. La urticaria sigue vigente en las escasas ediciones en que se equivocan y forran de millones a un literato al que apreciamos de libros anteriores; bien es verdad que en esas ocasiones sufrimos tentaciones de adquirir el libro, tentaciones que terminamos espantando con la estratagema de esperar a que el tiempo ponga las cosas en su sitio, salve lo que merece la pena y nos facilite la adquisición en edición de bolsillo. Hasta este año (siempre hay una primera vez) que he roto con mis costumbres. Fue Juan Valero, el de Librería Popular, el que me dio un toque con el codo y me señaló con la cabeza a la estantería: llévate ese, que es muy divertido. Lo que no consiguen los más insignes reseñadores de separatas literarias, que viven permanentemente bajo la sombra de la sospecha, lo logra un librero de confianza, una especie en peligro de extinción, de la que por fortuna aún quedan supervivientes ejemplares. Me pilló en el día tonto, le hice caso y acerté. Tampoco es que Riña de gatos sea la novela del milenio, no se trata de eso. Eduardo Mendoza es un novelista más que reputado, con el que nos iniciamos en el instituto, cuando estaba de moda que los profesores nos obligaran a leer La verdad sobre el caso Savolta, que luego releímos más tarde y supimos apreciar mejor. Casi al mismo tiempo, como si fuera un escritor diferente, leímos El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas y nos lo pasamos como cosacos con ese loco de manicomio con intuiciones de detective utilizado por el comisario Flores para resolver casos delirantes. Volvió a ponerse serio con la magnífica La ciudad de los prodigios y ya luego me hice mayor y le fui perdiendo la pista. Un día de vacaciones me topé con La isla inaudita, cuando no tenía nada a mano para distraerme, y volví a reconciliarme con Mendoza y sus protagonistas desorientados, que viven entre la sorna y la ingenuidad. En este caso, el laberinto interior se confundía con el exterior de la ciudad y nos permitía perdernos en Venecia para despertar conociendo Venecia. José Carlos, que le ha seguido la pista, y es de fiar, dice que en los últimos libros Mendoza le ha defraudado mucho. Le creo. Con el último, sin embargo, he vuelto a disfrutar. Por un lado el personaje principal vuelve a ser un ingenuo y desorientado especialista, nada menos que en Velázquez. Por otro, ingresa en Madrid cuando se está cociendo la Guerra Civil y convive con José Antonio y con Franco, entre otros personajes históricos, a los que me contemplo, como me ocurre con ciertas películas de Spielberg, con la convicción de que son caricaturas, pero con la emoción de estar ante los originales. Trajinan además por escenarios que nos permiten reconstruir una ciudad que hemos escuchado más que vivido, con establecimientos que reconocemos como si los viéramos desde la ventanilla de un tren antiguo. Ese es el sabor que más aprecio de esta novela, que contiene todos los ingredientes de un best seller, desde los datos históricos muy bien engranados en la trama, hasta la intriga creciente, pasando por el cuadro de Velázquez en el que convergen los intereses y los despistes. Todos los ingredientes excepto uno: que está muy bien escrito, que hay párrafos que uno se vuelve a paladear como si fueran golosinas y adjetivos a la vez agudos y desconcertantes, más propios de la poesía que de la prosa. En fin, útil para colocarse en el descoloque navideño. Eduardo Mendoza: Riña de gatos. Planeta, 2010.
Casualmente Riña de gatos es uno de los libros que este año me han traído los Reyes Magos. Después de leer tu columna, celebro que hayan acertado (todavía no lo he leído). Sólo hay un detalle que me cansa hasta hacerse casi insoportable y que es común en la mayoría de novelas que desde hace años se escriben, y es que la trama de la gran mayoría de ellas se substente en la Guerra Civil o en la Guerra Mundial. Se me empalaga.
ResponderEliminarHe disfrutado con la columna.
Abrazos.
Pues sí, lo mismo le dijeron a Homero cuando cantó la guerra de Troya: "¡Joder ya con el coñazo de la guerra de Troya!". Creo que esa opinión habría que matizarla un poco.
ResponderEliminar