De su amor por los pájaros ha heredado Antonio Cabrera apostura de pájaro. Un pájaro observador y pensativo que nos advierte que mirar y pensar son cosas diferentes. Y añade que a él le cuesta trabajo pensar. Seguramente por eso acaba de publicar un libro lleno de miradas que se van convirtiendo en pensamientos. Se queda mirando una mosca, sale a buscar setas, descubre a su alrededor, en su despacho, la luz de la lámpara. Se fija en lo que nadie se fija porque ocurre demasiado cerca para nuestra mirada, que está siempre buscando más allá de lo que nos rodea, proyectos o recuerdos, películas, cosas que están lejos de nuestro alcance. Antonio Cabrera se detiene en esa segunda piel que compone nuestro entorno inmediato. Y de ese descubrimiento saca conclusiones. Por eso su libro es más imprescindible que si contara cómo detectar el oro. Porque el oro se queda y la vida pasa.
El oro de las pequeñas cosas que nos rodean, he aquí el tema principal de El minuto y el año, una colección de textos que Cabrera fue publicando semanalmente en un periódico. Allí, rodeados de actualidad candente, de explosiones de inminencia, de política y publicidad, del lado repetitivo del deporte, estas disquisiciones sobre lo cotidiano guardaban el silencio de lo puro, igual que el paisaje enmarca nuestros viajes por carretera. Está, pero no está, no nos fijamos. Pero Cabrera sí. Y nos descubre que esas flores que asoman a las cunetas en el mes de enero son asfódelos y que su pequeña insignificancia nos tiende una lección cotidiana, igual que hay una reflexión en cargar el lavavajillas o en tender la ropa en la terraza. A nuestro alrededor están sucediendo cosas: cambia la luz, declina el día, vuelven ciertos pájaros y se van otros. A nuestro alrededor, siguen sucediendo las estaciones.
El minuto y el año es una caja de caudales con miradas precisas para el que no sabe mirar pero quiere fijarse. A la vez es un calendario con los pájaros y las plantas y las frutas de cada estación. Yo que pisoteo las setas antes de verlas, he salido a buscar setas con este poeta valenciano (que tampoco es que las encuentre a puñados) y me lo he pasado bomba inmerso en el proceso de buscar. Por supuesto, la búsqueda sucedía en uno de los textos del libro. En otro, nos aprestamos a recolectar espárragos. Y se nos manchan los dedos y se nos enredan en los pinchos, pero también probamos las moras. Todo al paso, de un texto a otro. ¿Cómo hemos podido andar tan ciegos por la vida sin ver lo que este hombre (que asegura ser astigmático e hipermétrope, y que padece tensión ocular) anda viendo por todas partes?
“La vida, eso que sucede mientras buscamos explicaciones,” palpita en este libro que dice con Ciorán que escuchar el viento dispensa de la poesía. Aunque también es cierto que nos lo muestra con literatura, con tanta exactitud como sólo un poeta podría mostrárnoslo. Porque si contemplar es un ejercicio difícil, que exige rigor y cierto entrenamiento, contarlo está reservado a escritores que saben utilizar el lenguaje con la precisión de un cirujano. Cabrera es sin duda de los pocos capaces de hacerlo. Posado en su rama, con sus gafas especiales, contempla y nos enseña a contemplar. Reflexiona con esfuerzo (según dice) y nos enseña sin proponérselo a sacar conclusiones. Es este, su primer libro en prosa, un libro que se disfruta y que cambia a las personas. Sin ir más lejos, acabo de perdonar a una mosca en su honor.
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