Al pan, pan..

Hoy voy a hablarles de magia. Porque Borges decía que la poesía es una magia menor. Se refería a que, cuando es buena, nos conmueve, altera nuestros sentimientos de una forma más o menos perceptible. Pero cada una de las palabras que componen el poema, incluso las palabras que no han figurado jamás en un poema, son pequeños conjuros. No hace falta que alguien con talento y con oficio las haya organizado de forma que fluyan con ritmo. Basta con que suenen, una a una, con el tiempo suficiente como para que descarguen en nuestro sistema nervioso la vida que han ido acumulando al ser pronunciadas por todos los que las han pronunciado antes que nosotros. Y tampoco hace falta que designen cosas agradables. Oímos o leemos la palabra retrete, y se abre una puerta por la que entran a nuestros sentidos olores e imágenes incómodas sobre las que mucha gente ha preferido correr el velo de otras palabras como váter, servicio, baño o excusado, palabras que a su vez se han ido cargando de sensaciones parecidas, aunque nunca idénticas a las de la palabra a la que intentan sustituir.

La globalización es un velo de velos que va escondiendo debajo de la alfombra vocablos incómodos, capaces de convertir a cualquiera que los pronuncie en un paleto o un descolocado. También vocablos que se están muriendo de viejos y que están perdiendo magia porque ya no se puede ver lo que designan, ha dejado de existir y ya no lo conocen quienes cuentan menos de sesenta años. Y no obstante, a pesar de las apariencias, la sociedad no es la misma en todos los sitios. En los pequeños pueblos las palabras envejecen más despacio, resisten mejor el empuje de la homogeneización, que en muchos aspectos no es riqueza, sino empobrecimiento. Tener menos conjuros es tener menos caminos para regresar al lado de las gentes de las que venimos, al abrigo consolador del pasado.

Por eso no es extraño que en un pueblo pequeño como Higueruela haya brotado un libro que recopila términos y construcciones en peligro de extinción. José Colmenero es el coleccionista que ha ido interrumpiendo partidas de dominó y rellenando servilletas de bares durante años para ofrecernos este viaje hacia un pasado herido, pero vivo aún. Pertenece a una tradición de pacientes compiladores que en Albacete cuenta con un patriarca mítico, el inefable José S. Serna, autor del Diccionario Manchego. Pero hay otros, algunos casi secretos a pesar de su mérito, como el Lexicario Paloteño de Emilio Quijano, o más eruditos como el de Teudiselo Chacón o el de Josefa García Payer. Colmenero los ha consultado en su flamante Al Pan, Pan… y Al Vino, Vino, que supera con creces la función de diccionario, ya que ofrece guías y mapas de Higueruela y sus alrededores, con una toponimia tan minuciosa que nadie más debería perderse en el presente ni en el pasado del municipio.

Abrirlo al azar por cualquiera de sus páginas (que es como hay que abrir estos libros) es volver a aspirar el olor familiar y cargante del fritorio, caminar bajo las canaleras, mojar en la pringue, ver a al abuelo sucumbir a la soñarrera, discutir con un camueso. En definitiva, volver a reencontrarse con las personas que mantuvieron con vida estas palabras, darse un paseo por este mismo lugar y sentir cómo era antes de ayer. Recuperar las cosas que dormían sin que nadie las llamara, asistir a su renacimiento como a una magia íntima. Un conjuro, ya digo.

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